jueves, 12 de noviembre de 2020

Cuestión de actitud

 

Cuestión de actitud

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Cada vez que me tropiezo con alguien que se enroca en el discurso cerril de que  “cada uno es como es y no se puede cambiar”, como si esto fuera tan verdad como que la tierra gira alrededor del sol, me contagio y me cierro en banda. Quiero decir que me pongo en “modo avión” y no emito ni lo más parecido a una vibración. Sigo viva pero parezco zombi; me agarro al silencio como si estuviera esperando la presencia de mi abogado. ¿Para qué voy a discutir y desgastarme como un estropajo que lleva miles de cacharros fregados?

La mejor prueba que he llegado a tener jamás de que es perfectamente posible “cambiar” está tecleando en este momento lo que tú estás leyendo. Me miro –es todo un trabajo mirarse al espejo y “verse” realmente- y no solamente no me reconozco ahora en lo que fui sino que me siento contenta (mucho tiempo anduve triste),  fuerte (pasaron los tiempos de la debilidad), como si hubiera superado una enfermedad de negro diagnóstico (la tuve, aunque no salía en las ecografías); Y moderadamente feliz… lo que no es poco.

Me he dado cuenta a tiempo de que, si bien es difícil hacer mella en esas vigas recias y dolorosamente ancladas que forman la maraña de la personalidad, lo que sí está en mi mano –y deduzco que en la de cualquiera porque no estoy yo bendecida por ningún santo- es modular a mi conveniencia la disposición interior para comportarme de una manera o de otra, moviendo mis propios hilos interiores sin dejar que nadie se atreva a acercarse vulnerando la distancia de seguridad que necesito.

Se me ha ido cayendo la “actitud beligerante” como un viejo y reseco maquillaje; ya no propicio que se me hinchen las venas del cuello y me galope un aviso de infarto por el brazo derecho. También se me cayó –el otoño ayuda- la “actitud complaciente”, aquella que iba amarrada a la sonrisa de porlapazunavemaría y que me producía los mismos réditos que el dinero guardado en la cartilla de la caja de ahorros: cero patatero.

He ido probando y eligiendo entre diversas actitudes, como si fuera ropa de nueva temporada, sintiendo cuál es la que más me conviene, la que más tranquilidad me produce. Digamos que he descubierto “mi propio estilo” –frase que las mujeres entendemos muy bien- escondida en el “templo de las verdades”, un templo al que cualquiera puede acceder y en el que todos somos bienvenidos: el de la libertad de elegir la propia actitud ante la vida.

Me he ido despojando de certezas como me arrancaría la ropa si se me llenara de hormigas. No he podido evitar ir perdiendo la fe en el ser humano como humanidad, -demasiada información, quizás-  como rebaño, como marabunta inconsciente que sigue al líder más votado de turno, y me he quedado con lo justo para no tirarme del tren antes de llegar a mi estación. Me marea el barullo de voces airadas que saltan de las letras, de las pantallas, de los altavoces mediáticos que atruenan el sentido común; me taladra el oído bueno –el derecho- el graznido de la queja racista o sexista. Tienen estas voces tal potencial de vatios por canal que no me queda más alternativa que desenchufarme aunque sea arrancando los cables de cuajo.

Si hace sol, hago la “fotosíntesis”; si llueve, me lavo. Si tengo hambre doy gracias por poder llevarme algo a la boca. Si tengo un amigo valoro el privilegio (si es un amante, doy volteretas de contento). Si mis hijas lloran gasto la caja entera de clínex y si están felices me emborracho con ellas. Si me llega una multa por haber rodado a toda pastilla por alguna carretera lejana me río porque puedo pagarla; si me duele la cabeza agradezco el bálsamo del silencio y cuando me deja de doler me acuerdo de cuando me dolía y entonces me siento mejor todavía.

Quizá sean actitudes raras las mías, ni lo sé ni me importa,  les doy forma a mi imagen y semejanza porque puedo, las gesto y las paro (de parir) para mi mejor acomodo emocional y sigo pegando saltos (pequeñitos) en el camino a ninguna parte que tantas veces es la (mi) vida. Mejor una actitud que me llene de contento que un blíster de ansiolíticos. Por cierto, que lo de la actitud es igual de adictivo pero sin efectos secundarios adversos.

Felices los felices.

LaAlquimista

“Mermaids” by http://www.amandaarroutea.com/

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