miércoles, 11 de noviembre de 2020

"Home, sweet home"

 

“Home sweet home”

6

Este año que ya se va acabando he dado más vueltas que el baúl de La Piquer pues el período más largo que he estado en casa ha sido el del confinamiento, que me pilló en tierras mexicanas y me pareció prudente regresar a encerrarme entre paredes conocidas por aquello de que nadie soporta mejor que uno mismo las manías propias. Pero en cuanto hubo libre circulación por el país, no sé qué me pasó que me entró como una necesidad de cambiar de aire, de mar, de decorado y seguir estando sola –qué remedio- pero sin cadenas ni muros ni rejas. He reflexionado mucho sobre esta actitud mía y creo haber dado con el motivo de mi aparente “inquietud”.

¿Por qué si nos sentimos protegidos cuando estamos entre nuestras cuatro paredes no por ello conseguimos estar (siempre) tranquilos y felices? ¿Es acaso preciso sentir la necesidad de partir para echar en falta lo que se deja atrás y propiciar después el alivio de regresar? ¿El deseo inquieto de nuevos horizontes nos va a reconfortar de la rutina de nuestro escenario habitual? ¿Estábamos (algunos) tan hartos y desesperados del confinamiento que hemos metido el turbo para salir adonde fuera?

No he parado en todo el verano yendo de aquí para allá –como la mayoría de la población que pocos y por necesidad han sido los que se han privado este annus horribilis de disfrutar de vacaciones- y, sin embargo, ha sido volver a casa y sentir que mi ánimo se transformaba en pocas horas. Una vez resuelto el guirigay de maletas y diversa parafernalia, justo en el momento de recuperar del armario las zapatillas de casa, he sentido un ramalazo de bienestar:  lo más parecido a un instante feliz; breve, pero contundente.

Todo ha sido una huida, lo admito, lo reconozco, pero no abomino de ello; he ido escapando de mi propia sombra en pos de un espacio donde no me alcanzaran…las sombras ajenas. Esa luz gris que quiere y no puede alumbrar, que se esfuerza y no lo consigue y que parece que no queda otra  que apagarla o arrancar los cables o, simplemente, cerrar la puerta detrás de una misma.

Han sido muchos meses sin recuperar el calor de mi hogar porque yo misma había perdido mi “calor interno” y ya se sabe que nadie da lo que no tiene. Tomar conciencia de la soledad impuesta por no tener ningún “conviviente” que llevarme a la boca y verme obligada a no relacionarme con ningún ser humano más allá de lo virtual; sin poder dar un abrazo a nadie, sin recibirlo tampoco, claro está. Saber que la familia que formé fluye por sus propios afluentes, directos al mar, me ofrece alivio. No así el rechazo de la única familia que tengo en esta ciudad después del deceso de mi madre hace menos de un año; ella se revolvería en su tumba si viera el páramo yermo que ha dejado su ausencia. (Afortunadamente, ya no ve nada, ella ya ha dejado de sufrir)

Ha sido el mío un viaje en círculo para volver a la casilla de salida con fuerzas renovadas, con las pilas cargadas para poder dar y ofrecer sin necesidad de que cada abrazo sea pagado con la misma moneda. Cada cual elige su destino al elegir el tipo de vida que quiere vivir, al decidir a quién acoger bajo su manto de cariño y a quién rechazar por resultarle incómodo o costoso. Allá cada cual con sus juicios y prejuicios, con sus condenas a sus presuntos culpables; sepan, sepamos todos que el Universo siempre nos pone en nuestro sitio.

El mío, mi lugar,  está en mi casa interior y bien acogido en mi casa exterior. Como dicen los ingleses: “My home is my castle”. Un castillo protegido por la buena voluntad de quien es capaz de dormir tranquilo, sin miedo a intrusiones porque todo está a la vista y no hay nada oculto para robar.

Ahora me toca disfrutar de este otoño de mi vida.

Felices los felices.

LaAlquimista

También puedes seguir la página de Facebook:

https://www.facebook.com/apartirdelos50/

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario