viernes, 11 de febrero de 2022

Aguantar lo inaguantable

 

Aguantar lo inaguantable

 

 

Me admira y estremece la capacidad de sufrimiento, de aguante, del ser humano sobre todo en las ocasiones  terribles, en situaciones extremas o circunstancias  trágicas;  el instinto de supervivencia de la especie prevalece sobre la adversidad buscando vericuetos, atajos y pegando triples saltos mortales para escapar de la desgracia. Sin embargo, demasiadas veces, en las situaciones cotidianas, las que serían mucho más fácilmente subsanables, la modorra existencial toma las riendas.

Nos hemos acostumbrando a alimentarnos de lo que yo llamo “filosofía de mercadillo” y creemos esa chorrada elevada al cubo que proclama que: “Si un problema tiene solución, ¿para qué preocuparse?; si no la tiene… ¿para qué preocuparse?” y con estos mimbres vamos tejiendo el telón adecuado para que los que mueven los hilos se oculten tras él y sigan creyendo que sus marionetas no tienen vida… ni ideas propias.

Con demasiada frecuencia encuentro en mi camino a personas que se sienten oprimidas, gente que se queja continuamente de su mala suerte, de las injusticias de que son objeto, del abuso que padecen y yo, que soy de poco compadecerme cuando le veo el truco a la cosa, no tengo palabras de ánimo o consuelo del tipo “bueno, ya pasará” o  “no hay mal que cien años dure”.
No, yo soy más bien de meter el dedo en el ojo y preguntar mirando por encima de la mascarilla: “¿por qué lo aguantas?”. Y es curioso, porque entonces el quejica se revuelve con cara de acusarte de falta de empatía o de amistad o incluso de maldad encubierta, y te das cuenta de que ya no le interesa lo que le vayas a decir.

Lo que siempre digo es que no existen opresores sino oprimidos, que la situación que está padeciendo es porque quiere, que en su voluntad está darle la vuelta a las cosas…que tome decisiones aunque sean dolorosas, que busque la llave de las cadenas que ella (o él) misma se puso… No, lo que quiere es solidaridad con su falta de valentía, cuarto y mitad de empatía e incluso un ratito de  conmiseración.

Esposas soportando lo innombrable por miedo a enfrentarse al mundo, maridos más que hartos y aburridos pero incapaces de renunciar a su vida cómoda y rutinaria. Hijos que aguantan en la casa familiar para que les sigan lavando la ropa y poniendo la comida en la mesa a cambio de silencios abrasadores e incomprensión mutua. Asalariados agachando la testuz por no soltar su mísera nómina, abuelos explotados por hijos egoístas que se sienten chantajeados emocionalmente y culpables de la (presunta) mala educación que dieron a su progenie.

Por no hablar de los amantes aferrados a unos brazos fríos e indiferentes elegidos como tabla de salvación frente a la terrible soledad que intuyen está más allá de ese corazón.

¿Por qué aguantamos ciertas cosas? Cada uno tiene sus propias justificaciones, las excusas exactas y precisas para acallar la conciencia lacerada. Su único desahogo es llorar en  el hombro de alguna amiga o amigo como víctimas inocentes  de la opresión de que son objeto.

¡Qué poca pena me dan los que creen que las medallas las dan gratis!

Felices los felices.

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LaAlquimista

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