viernes, 11 de febrero de 2022

Gritos e insultos

 

Gritos e insultos

No soy gritona. He aprendido que cuando se alza la voz puede ocurrir que las razones salgan volando como se ve claramente en ciertas tribunas. Además, no me gusta gritar porque no me gusta que me griten, en un elemental ejercicio de supervivencia consensuada, y porque los gritos arrastran consigo lo peor del ser humano, las miasmas que supuran cuerpos y almas cuando se les da de comer ira, rabia e inquina. A mi provecta edad he aprendido algunas cosas importantes (importantes para mí, claro está) como es no levantar la voz siempre que pueda evitarlo, aunque otras enseñanzas añejas sigan manifestándose en mi inveterada porfía a cerrarme en banda cuando algo no me gusta ni un pelo.

Por ejemplo, lo de “poner la otra mejilla” se me da fatal y no digamos ya lo de aguantar impertérrita la violencia, sea ésta física, verbal o sibilinamente emocional. A veces –las menos- me enfrento si hay afrenta; otras –las más- salgo por piernas, y en ocasiones no siento ni frío ni calor porque no me tomo como personal las andanadas del (o de la) bocachanclas de turno.

Cuando nos enrocamos en posturas inflexibles porque no nos da la santísima gana de dar nuestro brazo a torcer –postura aprendida tras muchos años de práctica-, lo habitual suele ser que la gente eleve el tono de voz. Cuando una (agria) conversación va camino de despeñarse por el barranco de la cerrazón mental, intento zanjar el tema con un: “mejor lo dejamos y ya”. Esa actitud puede ser interpretada como condescendencia y provocar en mi antagonista una subida de presión arterial rayana en el colapso cardíaco. En función de la poca o nula educación de los “púgiles” el asunto puede acabar mal, tirando a muy mal.

No es de recibo que te griten y te manden a esos sitios que huelen que apestan amén de desear que te profanen violentamente cierto orificio del cuerpo sin tu consentimiento (por usar eufemismos, que seguro que algún algoritmo habrá que censure los vulgares insultos), pero… ¿a quién no le ha pasado alguna vez?

No sé si es de recibo…y creo que tampoco debe serlo que nadie grite para imponer sus opiniones pues envilece más el insulto a quien lo lanza que a quien lo padece porque a nadie se le oculta que una persona,  por muy amargada que esté y muy infeliz que sea, no tiene ningún derecho a vomitar encima de los demás sus frustraciones y su malísima educación. Igual quien lo hace es porque tiene práctica de años y se le ha aguantado por imposición social –cosa que ocurre dentro de algunas familias y en ciertas relaciones de poder-.

Cuando algo así ocurre, cuando la pelota queda en nuestro tejado, es aconsejable tenerlo a dos aguas para que resbale lo más rápido posible todo lo que no tiene cualidad positiva alguna. No viene mal vivir en un sitio donde llueve mucho…

(Hace tres meses que una persona de mi entorno cercano me gritó y me insultó, dinamitando todos los puentes que nos podían acercar. Tres meses son los que he tardado en gestionar y digerir la afrenta. Más vale tarde que nunca.)

Felices los felices.

LaAlquimista

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