viernes, 11 de febrero de 2022

Todo es tan relativo...

 

Todo es tan relativo…

Estos últimos días nos ha visitado en Mérida (Yucatán), la famosa “heladez”, que no es otra cosa que un bajonazo de las temperaturas que deja a los lugareños temblando de frío y descompuesto el paso y el semblante. De repente, de los 35º habituales el termómetro se planta en 25º y es el acabose, el tema del día favorito para charlar con el taxista.

Yo he estado feliz –qué duda cabe- con ese “fresquito” que me recuerda a mi tierra, sin sudar en todo el día ni poner el aire acondicionado, disfrutando de una rica cena en el patio/jardín, escondidos los moscos (mosquitos) en su agujero existencial. Mi hija mayor, aclimatada a esta tierra desde hace tantos años, viene a verme con su “chaquetita” y abriga a sus hijos para que no se resfríen.

Todo es tan relativo…que hay que resetearse para encontrar el punto exacto en el que cada quien empuña su razón. Para esto –tan insulso como hablar del tiempo- como para cuestiones más enjundiosas, ésas que atañen a las tesis sobre las que se sustenta la existencia, en las que todo hijo de vecino está convencido que “sus” razones son el paradigma cartesiano de la lógica universal.

Me cuesta muchas veces recuperar el “archivo” de mi mundo real, del mundo en el que vivo rodeada de personas que piensan y sienten de manera más o menos parecida, donde todo es mucho más sencillo –para las personas sencillas como yo misma- y no hay que estar haciendo continuamente la “conversión” de una moneda emocional a otra; como ando yo todo el día queriendo saber si los 140 pesos mexicanos que me piden por un pan tipo payés de masa madre pueden no pelearse con los 6€ que son al cambio.

Todo es tan relativo… que me vuelve los sesos gelatina. Porque las vigas culturales son tan diferentes que creo que jamás podré hallar la ecuación que me permita adaptarme al choque frontal que suponen. Y por eso me dicen que me vuelva a mi tierra, que aquí son bienvenidos los turistas que dejan buenas divisas pero sin que eso les dé derecho a criticar –y mucho menos juzgar y condenar- las costumbres arraigadas desde el comienzo de los tiempos en esta sociedad…y tienen más razón que un santo porque, al final, la integración se pega de bofetadas con la relatividad con la que todos analizamos lo que nos interesa y lo que no.

Bendito México que acoge a mi familia –todos ellos nacionalizados por libre decisión o por nacimiento-, bendito país que sigue luchando por que la justicia y la igualdad no se burle de sus ciudadanos a la cara misma, como hace tantísimas veces en el nuestro, ése con el que se nos llena la boca diciendo que “somos europeos”, como si perteneciéramos a un club V.I.P donde sólo existiera buena gente, honrada y justa. No es así y lo sabemos, qué le vamos a hacer…

Cuando los sueños mágicos del día de Reyes estén amaneciendo en España, tomaré un avión para cruzar el océano y llegaré –toco madera- cuando de los roscones de nata no queden más que las migas. De nuevo más de treinta horas de viaje (dos menos al volver por la rotación de la Tierra, otra relatividad pasmosa). Un camino de retorno a mi hogar que realizaré con la sonrisa puesta, sin tristeza por lo que termina sino con alegría por haberlo podido disfrutar.

Siempre digo que las separaciones son como cuando presencias un maravilloso concierto (en mi caso de música clásica); al salir, el semblante está relajado, el espíritu feliz por el disfrute conseguido y nadie sale enfurruñado o triste porque se haya terminado.

Y así, pasito a pasito, voy aprendiendo a relativizar las cosas…

Felices los felices y ¡aúpa Aeroméxico!

LaAlquimista

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