jueves, 10 de febrero de 2022

Ir donde la vida te lleve

 

Ir donde la vida te lleve

El año pasado por estas fechas mis hijas, una desde Yucatán y la otra desde Berlín, me animaron –porque lo necesitaba- a poner un árbol con lucecitas de colores en el salón y comprar turrón (con lo poco que me gusta lo dulce) y no volver la espalda al “espíritu navideño” a pesar de no poder abrazarnos más que a través de video llamadas.

Yo no quería –todo hay que decirlo-; me resistía a hacer “como si no pasara nada” y pegarme la fucking Nochebuena, la ídem Navidad,  Nochevieja, Año Nuevo y –qué hartazgo- el día de Reyes sola, “fané y descangallada” –como cantaba Gardel-. En plena pandemia nadie se atrevió a viajar en ninguna dirección y me comí con amargas patatas las fechas del calendario.

Nadie me ofreció compartir angulas de mentira y burbujas químicas, escondidos tras el escudo del virus. La vida me llevó por un camino que no me quedó más remedio que transitar. Me quejé lo justo –ahora lo recuerdo con cierta indiferencia- y sobrevolé el calendario con las alas desplegadas, queriendo creer que el amor que nos tenemos las personas, si es verdadero, supera estos baches y otros peores.

Este año el decorado va a cambiar. Y lo acepto como la tierra recibe el agua que cae del cielo, con lo bueno, lo menos bueno, lo deseado y lo por venir. Que sea lo que tenga que ser, que ya no tengo ganas de andar echándole pulsos a la vida.

Mis hijas –benditas ellas cuando no andan pidiendo algo- han orquestado un tiempo de reencuentro amoroso para paliar la ausencia de abrazos compartidos por culpa de la pandemia y las coordenadas lejanas en las que cada una habitamos.

A mi hija mayor llevo sin abrazarla desde Marzo 2020, cuando me pilló la locura virulenta en México a su lado, y tuve que volver a España de mala manera vía avión pagado a precio de oro. Seguí su embarazo por Facetime y a mi segundo nieto –un torete de cuatro meses-  todavía no lo he podido achuchar… y eso es más de lo que puedo soportar. A mi hija pequeña la disfruté en Agosto pasado –a ella y a su “perrija”- y eso me ha dado fuerzas para seguir reptando por el calendario de la menos mala manera posible. Cuesta, y los que tienen hijos con los que se llevan bien lo saben. (Los que tienen hijos con los que no se llevan bien, que lo arreglen antes de que sea demasiado tarde, que la vida no da prórrogas por mucho que se le pidan).

Así que voy donde la vida me lleva, resistiéndome lo mínimo y proyectando en positivo todo cuanto está en mi horizonte vital cercano.

He comprado una maleta nueva, de las grandes, y la llenaré con regalitos amorosos (y turrón y mazapán), y la ropa de verano para los calores yucatecos –que anda que no la amortizo yo-, y me iré feliz y contenta donde el corazón me lleve, como decía la Tamaro.

Prefiero no refunfuñar -por el viaje de seis horas en autobús hasta Madrid y los dos aviones que sumarán otras quince horas más- por el palizón y el jet lag que me espera, sino alegrarme de todos los abrazos que voy a dar y recibir allá donde me aguardan y me quieren. Mi hija pequeña también participará del encuentro: tres familias distintas y un solo dios verdadero: el amor.

En realidad, es lo único que tenemos, lo único que nos queda a estas alturas de una vida ajetreada, cansada la mayoría de las veces, complicada per se o porque la complicamos nosotros. El amor, qué cursilería para “moñas” de cierta edad, qué concepto trasnochado socialmente en un entorno donde lo que prima es el tener mucho más que el ser.

No sé yo si mi vida podría haber discurrido por otros derroteros menos complicados, pero lo que sí sé es que, a día de hoy, todavía tengo la fuerza de asumir mi libertad en la dirección que más sonrisas me promete.

Las amigas y los amigos que me soportan (porque me dan soporte vital) quedarán a la espera de mis noticias y se alegrarán de mi bienestar así como yo –desde México- me regocijaré con ellos. Y les achicharraré a fotos con mi nuevo nieto en brazos…ya lo siento.

Gente amiga y amable cuidará de mis plantas y de que mi casa esté calentita y en condiciones para cuando vuelva. No se puede pedir más.

Felices los felices.

LaAlquimista

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