viernes, 11 de febrero de 2022

"El día de la marmota"

 

“El día de la marmota”

Dicen que es una película muy famosa y divertida, pero he de confesar que no la he visto (ni pienso verla). Dicen que es la forma de expresar el concepto de verse “atrapado en el tiempo” a la americana, algo mucho más rotundo que lo que los franceses inventaron hace siglos y llaman “déjà-vu”. Dicen que todo se repite inmisericordemente; no sé, pero parece que sí.

Es la sensación que me ha avasallado al regresar de México a mi casa, en plena pandemia, y después de haber realizado el viaje familiar anual que me lleva a reencontrarme con mi hija mayor y mis nietos allende los mares. No me puedo quitar de la cabeza que “esto ya lo he vivido antes”, sí, concretamente en el invierno de 2020, cuando abrí la puerta de mi hogar y lo encontré devastado emocionalmente por la más grande de las ausencias.

Regreso a mi pequeña ciudad y los puntos de referencia han vuelto a moverse de sitio a pesar de que, aparentemente, todo siga en su lugar de siempre. El colmado de la esquina, el bar de Oscar, el paseo hasta el mar, el bosquecillo y sus ardillas y pájaros…pero sobre todo mi gente, mis amigos y conocidos pasan a formar una especie de nebulosa que me obliga a escudriñar buscando lo que pensaba estaría –inamovible- en el lugar que me da seguridad.

Ya todos nos hemos acostumbrados a vivir con una máscara/antifaz delante de la cara, nos parece lo más normal no ver sonrisas ni gestos ni expresiones faciales en los demás y sustraer las nuestras a las miradas ajenas. Las ganas de ver a mi gente, de charlar, compartir y –por qué no decirlo- tocar, abrazar y besar se van a quedar frustradas una vez más, en un bucle tristísimo que ya dura dos años, veinticuatro meses, noventa y seis semanas, casi setecientos días…¡setecientos días con la vida revirada!

Los medios de comunicación se esfuerzan en mostrar el desajuste psicológico que afecta a casi todos, merodeando el morbo por las depresiones y suicidios, nos cuentan desde todas las palestras que acabaremos contagiados y “tocados del ala”, que los trastornos psiquiátricos están tan a la orden del día como los infectados del virus que muta y cambia de nombre pero no nos quiere dejar tranquilos.

Creía que volvía a mi hogar y me he encontrado “atrapada en el tiempo”, en un bucle de rabia absurda y de miedo imperecedero que no parece tener visos de finalizar. Ya casi nadie quiere aceptar que la vida es para vivirla (lo pondría con mayúsculas, pero no quiero provocar), tan sólo se habla de tener precaución, no confiarse ni confiar en nadie, ya nos veremos algún día, cuídate y no hagas tonterías…

El miedo es libre, dicen, y yo añado que las ganas de vivir, también. Y si las pierdo, si las perdemos, difícil será que las volvamos a encontrar. La vida puede ser como un amante despechado, no va a estar esperando a que mudemos de parecer…

Felices los felices.

LaAlquimista

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