viernes, 11 de febrero de 2022

¿Para qué me voy a quejar?

 

¿Para qué me voy a quejar?

Hay días en los que los dioses juegan a ”emmerder” a los humanos con manifiesto disfrute. Es ese tiempo en el que parece que el Universo y todas las galaxias por descubrir se ponen en nuestra contra, jugando a la entropía como un mono loco con una pistola cargada.

Esas situaciones que nos hacen pensar: ¿Pero, realmente me está pasando esto a mí? porque –ingenuos y poco inteligentes- nos hemos convencido de que las situaciones adversas o manifiestamente difíciles las vamos a ver en el telediario y que les van a ocurrir a “los otros”, esos “otros”, que son el infierno, ya lo dijo el filósofo.

He vivido mi particular “Día de la marmota mexicano” intentando regresar a mi txoko desde tierras aztecas; un penoso déjà-vu que ya padecí hace dos años, cuando el comienzo de la Covid-19 me dejó varada en el mismo sitio y…por las mismas causas.

Yo ya sabía a lo que me exponía, pero era más fuerte el deseo que la prudencia, más poderosa mi voluntad que todos los virus visibles e invisibles… Así que ahora mismo, y visto lo visto, he decidido no quejarme de nada (o de casi nada) durante todo el año 2022, en una especie de “penitencia social” que me impongo para ver si aprendo de una vez por todas –que ya va siendo hora- a aceptar sin mover una ceja ni lanzar una queja las consecuencias de mis propias decisiones.

En realidad, la vida tiene estos riesgos, qué duda cabe de que si te quedas encerrado en casa minimizas las posibilidades de que te ocurra algo penoso aunque, bien mirado, también entre cuatro paredes hay grietas por las que se puede colar la insania, la depresión y la infelicidad.

Vivir es apostar. Sin mucho fundamento, la mayoría de las veces, como cuando jugamos a la lotería que ya de entrada se da lo invertido por perdido esperando que suene la flauta que tenía Bartolo en un acto tan descerebrado como pretender que un virus se cebe en el que está a nuestro lado, comiendo, bebiendo o cantando tan feliz y nos respete a nosotros que estamos haciendo lo mismo amparados en la inmunidad de la más auténtica estupidez, también llamada estulticia, insensatez, imbecilidad, bobería o necedad.

Porque está bien quejarse cuando alguien nos pisa un callo con alevosía –sea de noche o no- y se niega a disculparse; o cuando los gobernantes nos mienten a la cara tomándonos por idiotas en general –aunque en lo particular los haya a puñados-. También hay que quejarse de las injusticias, de los atropellos a los derechos humanos y del mal humor de camareros y taxistas (con perdón de los buenos camareros y taxistas, que haberlos, haylos).

El resto de las quejas van a ir directamente al contenedor de lo “ridículamente prescindible”. Que si hace mal tiempo o me han suspendido tres vuelos seguidos, que si el amor ya no es lo que era o el besugo sigue por las nubes. Porque lo que hay que tener bien presente es que todo tiene arreglo en esta vida… menos la muerte.

Lo contrario de “queja” es ni más ni menos que “satisfacción” y este antónimo me parece mucho más interesante para andar por la vida, aunque sea para sentirse contento de haber dejado de quejarse y de aburrir al personal y a nosotros mismos con lloriqueos de niño pequeño.

El primer vuelo de retorno a España desde México que me anularon el miércoles me reubicó en un hotel de lujo con todo pagado y me dio la oportunidad de un tiempo extra con mi consuegra mexicana (y de varias “margaritas”). El segundo que me anularon el jueves me libró de un viaje inútil al aeropuerto.

Y el tercero -que llegó con dos horas de retraso a Madrid-, me ofreció la oportunidad inesperada de veinticuatro horas en la capital del reino, pasar el jetlag en una cama 2×2, la visita feliz a la exposición de Magritte, pasearme por el Retiro y degustar las delicias añoradas en México (léase jamón, tortilla de patatas –con cebolla- y Ribera del Duero). 

 

 

¿Para qué me voy a quejar, si todo lo que me ha ocurrido ha sido para permitirme hacer de la necesidad, virtud y ha tenido un happy end?

 

 

Pues eso, que felices los felices.

LaAlquimista

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