Andamos todos medio “depres”
Y no es para menos habida cuenta la que está cayendo que produce a todo hijo de vecino la sensación de estar a mitad de camino del apocalipsis, con el significado personal que cada uno quiera darle al término. “Depresión” tiene un significado que va mucho más allá del conocido habitualmente en el ámbito de la psicología y la psiquiatría, porque deprimir significa: “Disminuir el volumen de un cuerpo por medio de la presión”. deprimir | Definición | Diccionario de la lengua española | RAE – ASALE
Deberíamos vernos empequeñecidos, reducidos de tamaño a fuerza de que nos estén apretando y estrujando (el cerebro), con una presión social TAN FUERTE que ya hasta creemos que el virus de la Covid-19 se nos va a colar si dejamos más de cinco minutos la ventana abierta.
Hace ya casi un año que decidí dejar de mirar la televisión, en un intento de proteger mis neuronas del asalto de datos, imágenes, discursos y resúmenes de expertos que, en vez de aclarar lo que está pasando, sumen al espectador en el desconcierto de la incertidumbre aturdiéndolo con contradicciones una detrás de la otra, día sí y día también. (Eso me cuentan, de eso me libro)
Los profesionales de la cosa médica lo proclaman por todos los altavoces y micrófonos que tienen a su alcance: que estamos todos con los nervios hechos polvo, invadidos por la ansiedad ante la incertidumbre y con un miedo cerval a que nos contagie el de al lado… y renunciando a usar la parte del cerebro que indica que también nosotros podemos contagiarle a él.
Quizás la Navidad haya salvado a muchas personas de caer en el pozo de la depresión pura y dura, regalando un respiro que, en no pocos casos, se ha pagado a precio de oro; quizás los que han resistido aislados el paso de las semanas festivas ahora están pagándolo con los síntomas claros de esa misma depresión que ha “salvado” a otros. Quién sabe. Qué locura.
Los médicos de familia no dan abasto expendiendo por teléfono recetas electrónicas de ansiolíticos y lorazepanes varios, ya que el miedo produce ansiedad, la incertidumbre provoca insomnio. (El comportamiento errático de nuestros dirigentes no pasa de provocar ardor de estómago y eso lo arreglamos a base verduritas y santa paciencia.)
En la parte que me toca, ando dando tumbos desde hace un mes. A un aislamiento forzoso durante el período navideño debido a la ausencia de familia cercana con la que poder criticar y brindar a gusto, ha seguido un frenesí por ver a mis amigos, por hablar con un ser vivo sin tecnología de por medio, por celebrar la vida… ya que no he podido celebrar lo que imponía el calendario.
Y esa contradicción flagrante que me ataca los lunes a primera hora de la mañana y no se me va hasta el domingo por la noche me está poniendo de los pelos. ¿Qué es lo que tengo que hacer para sobrevivir en estos momentos de contagiosa neurosis colectiva? Estar con gente supone seguir hablando de lo mismo, mareando la perdiz, desorientados en un bucle del que no salimos porque seguimos alimentándolo, como al perro rabioso atado con una cadena al que se le sigue dejando una escudilla con comida.
Quien más quien menos está triste, deslucido, con sombras donde antes había luces, decaídos antes de empezar la tarea cotidiana, aburridos de la vida y de todo. Lo peor: los que sufren en primera persona la realidad de la pandemia, -en sus propias carnes o en personas amadas-, los que están en hospitales o en sus casas contagiados, esperando con la angustia a flor de piel que se alejen los nubarrones de su vida.
Y me digo que la única manera de salir de esta “depre” es pensar en que todavía podría ser muchísimo peor y que soy una estúpida que se queja en vez de hacer algo para mejorar la situación. Lo primero que se me ocurre es dejar de hablar en este blog del coronavirus. Lo segundo, irme a dar un buen paseo al monte y a la vuelta comprar un nuevo libro, que esos son mis antidepresivos por excelencia. Y sin receta. A ver si consigo sacudirme “la depre”.
Felices los felices.
LaAlquimista
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