domingo, 28 de febrero de 2021

Hablar de política, un mal rollo

 

Hablar de política, un mal rollo

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He hablado de política hasta aburrirme y, precisamente por eso, ya he llegado a mi límite. Era –es- un tema que me apasiona porque reactiva lo más profundo de la esencia de cada individuo, ahí se nos ve a todos el plumero porque defendemos la propia ideología como si la vida nos fuera en ello. Unos y otros, los de los extremos, los equidistantes y los que han hallado el equilibrio que les satisface, proclaman sus ideas en cualquier palestra que les caiga a mano.

Hasta que deja de ser un intercambio civilizado y sale a la superficie la bestia que todos llevamos dentro –y que Fraga llevaba por fuera. (Esto no es para hacer un chiste sino para posicionarme sin disimulo alguno).

El caso es que siempre he creído que lo justo y lo correcto –a mi entender- era compartir opiniones no únicamente con quienes pensaban igual que yo porque, ¿qué podría aprender si no? y de esta manera tener modelos diferentes para comparar ya que pienso que las comparaciones –lejos de ser odiosas- son más que necesarias para poder decidir o elegir la opción que más interese.

Desgraciada y obviamente, siendo vasca y viviendo en Euskadi me ha tocado comerme muchos sapos que no quiero ni recordar, atragantados todos. Alegatos, soflamas, apologías y filípicas terribles han sobrevolado mi cabeza (como las de todos) durante demasiado tiempo, demasiado; y el trabajo consistía en reflexionar, separar el trigo de la paja, comprender, escuchar, no juzgar, tener compasión, incluso.

Nunca he callado mi opinión en una diatriba política. No he escabullido el bulto ni ocultado mi posicionamiento al respecto. A mis años he conseguido –espero que definitivamente- posicionarme en mi baluarte a favor de la no violencia; y de la paz si se entiende por lo mismo, que no siempre.

Es por eso que cuando mantuve una conversación con una persona que se empeñó –levantándome la voz en mi propia casa- en defender, justificar y alabar la violencia… me sentí brutalmente agredida en lo más hondo de mi ser. Le pedí, le exigí, que no se expresara en términos de odio en mi presencia y mucho menos mientras se tomaba el gintonic que yo amablemente le había ofrecido. Pero no hubo manera de que frenara sus ímpetus (nada juveniles, por cierto). Aguanté en la trinchera hasta que se acabó la copa y se fue por la puerta que, sentí que debía hacerlo, cerré detrás de sí para los restos.

Al día siguiente quiso hacer como si no hubiera pasado nada e incluso me llamó “rarita” por no aceptar su discurso vomitado desde “la libertad de expresión”. Pues muy bien, le dije, pues muy bien, me dije. La próxima vez…no va a haber próxima vez. Punto final.

Sé que debo ser tolerante…excepto con los intolerantes.

Y he decidido no volver a hablar de política. Ni con quienes piensan como yo –que para qué- ni con los que piensan distinto, no vaya a ser que me vuelvan a disparar dialécticamente aprovechando que no uso chaleco antibalas e invito a gintonic.

Felices los felices.

LaAlquimista

(*Hoy tampoco he hablado del bicho)

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