lunes, 15 de febrero de 2021

Trenes de largo recorrido

 

Trenes de largo recorrido

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He estado echando cuentas. Si no me hubiera divorciado de mi primer marido –y si no se hubiera muerto él por el camino- llevaría casada la friolera de 44 años. Con el segundo hubiera podido andar ahora por los 32 años de viaje, pero me bajé de ese tren de largo recorrido en la séptima estación. No sirvo para estar casada, qué le voy a hacer, me cansaba demasiado el “traqueteo” del tren y la contemplación del mismo paisaje en un trayecto de ir y venir por la misma vía sin cambio de agujas.

Curiosamente, de los que matrimoniamos en los años 70/80, son mayoría los que siguen viajando –no sé si cómodamente o a disgusto- en el mismo vagón en un tren con destino a ninguna parte. Si fuera abogada de cosas de familia sabría de quienes han saltado en marcha o de los que han sido empujados a abandonar el tren de forma abrupta. Si fuera psicóloga de las de consulta me habrían contado las mil y un perrerías a las que uno se ve expuesto en un viaje tan largo y en compartimentos tan estrechos.

Así que mis conocimientos sobre el tema no son demasiado de fiar puesto que no los he padecido en carne propia; el máximo de años que he estado viajando en pareja ha sido de ocho y pasado ese tiempo me he visto –en dos ocasiones- obligada a apearme en una estación in the middle of nowhere huyendo de la fatiga y el cansancio insoportable del viaje. Así que hablo de oídas, es decir, de lo que me han contado al oído, amén de lo que he visto con mis propios ojos, que demasiadas parejas airean sus miserias sin pudor alguno.

Empezaré por lo positivo, que no es otra cosa que esas parejas cercanas que llevan felizmente matrimoniadas desde el día en que se dieron el “sí, quiero”. No he puesto lo de “felizmente” entre comillas porque no hace falta. Siguen juntos, duermen juntos (con lo que esto conlleva), pasan las vacaciones juntos y sufren juntos por lo que toca en cada momento. Chapeau!.

Me gustan estas personas humanas y algo de envidieja me dan, por supuesto, aunque sé perfectamente que hay que estar hecho de una “pasta” especial para tener el tesón necesario de no tirar la toalla cada vez que pintan bastos. Les admiro por la perseverancia y por el amor que se va transformando en cosas buenas como el cariño, la lealtad, el apoyo mutuo y una cierta dulzura. Benditos sean.

Luego están los otros. Los que gruñen y ponen a parir al que no está presente y mantienen la actitud beligerante de echarle en cara cualquier vicisitud que pueda ocurrir en el seno del hogar, desde que se derrame la leche hasta que se mezcle la ropa blanca con la de color en la lavadora. Todo es susceptible de pelea, de reproche, avivando día a día una amargura insoportable para ellos y para todos aquellos que tienen que ser testigos del desaguisado.

Esta gente no se va a apear del tren ni harta de vino; están esperando a “que pase algo” –que suele ser que se largue o fallezca el que molesta al otro -que suelen ser ambos- para respirar aliviados. Sí, que lo he escuchado. Se desea la muerte del otro; no tanto como para asesinarlo con las propias manos, pero…

Esta gente no se separa sino que sigue amargándose la vida mutuamente, en bucle, aburriendo y desesperando a hijos y nietos, parientes, amigos y demás familiares. No cesan en su guerra soterrada –o aireada- en hablar mal del otro o hablarle mal directamente a la cara; insisten en patear “su” terreno y marcar límites por el expeditivo sistema de echarle al otro fuera. Viven vidas paralelas que no se juntan en la cama, pero sí en el sofá de la sala a la hora del telediario.

Supongo que si siguen “viajando” juntos será porque hay intereses más importantes que el hecho de recuperar la libertad; ya sabemos cuáles son: la economía y la seguridad, el qué dirán y la zona de confort. Ellos mismos reconocen su cobardía y el precio a pagar. No dan pena excepto que te aburran contando sus cuitas. Yo tuve un par de amigas atrapadas en ese tren y no me quedó más remedio que cortarles el suministro de confidencias; no era bueno ni para ellas ni para mí.

Esos trenes de largo recorrido pocas veces descarrilan; llegan a la estación Términus exhaustos y con las calderas recalentadas. Allí descubren los viajeros que nadie les está esperando. Pero no lo sabrán hasta que lleguen…

Felices los felices.

LaAlquimista

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