lunes, 15 de febrero de 2021

Verdades incómodas y de las otras

 

Verdades incómodas y de las otras

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Decir lo que los demás desean escuchar en vez de lo que consideramos es la verdad puede convertirse en una segunda naturaleza en el nuevo ser humano “políticamente correcto”. La verdad es un instrumento afilado que puede causar dolor, heridas, desfiguraciones y mutilaciones o bien puede ser el escalpelo del cirujano que extrae un cuerpo maligno o reconstruye una cara destrozada y con ello restaura la salud o la autoestima. Pero ¿qué es la verdad y bajo qué estándares se vende ahora?

La VERDAD existencial la monopolizaron hace muchos siglos los líderes religiosos que –inamovibles- siguen proclamando que “lo mío es cierto y lo tuyo es falso”. Igual que los políticos. También está la “verdad científica” que se ha actualizado con el arduo trabajo de sus maestros y aprendices, ya que hubo un tiempo en que la tierra era plana y el sol giraba alrededor de ella. Ahora mismo, la ciencia sigue escarbando y descubriendo maravillas en dimensiones que ni nos imaginamos los de a pie.

Tiene también su sitio la “verdad legal” que, amparada por leyes y decretos, establece lo que está bien y lo que está mal; es decir, lo que es punible o no, pero con la peculiaridad de que es “variable” según el uso y la costumbre del pueblo donde anide. Que por allá lejos te lapidan por un quítame allá esas pajas y por aquí cerca ladrón no es el que roba sino al que le pillan.

Aletean hacia el final de esta lista las “verdades sociales” que son de quita y pon, vienen y van según tengan presupuesto para publicitarlas los gurús del momento. Las redes sociales dan soporte infinito a toda esta “verdad” que es tan volandera como el pensamiento humano y tan inestable como las primeras casitas de los tres cerditos.

Y luego está “la madre de todas las verdades”… que no es otra que la de cada individuo en particular. Ahí no hay quien pueda pinchar porque el hueso está muy a flor de piel. Esa “verdad” a la que cada uno nos aferramos para poder seguir adelante en esta vía farragosa que es la vida y de la que no podemos desviarnos so pena de descarrilar. Porque ser coherente con uno mismo y a la vez nadar en aguas revueltas es muy, pero que muy difícil y por eso asumimos como natural pagar un peaje para poder evitar las otras verdades, las “incómodas”. Esas verdades que se acuestan con nosotros y nos están esperando en el cuarto de baño en cuanto nos levantamos; esas verdades que escuecen y están molestando en cada momento del día. Las que apartamos a manotazos, las que vuelven una y otra vez como moscas en verano.

La verdad más incómoda de todas es la que nos obligaría a reconocernos en el espejo como lo que realmente somos por dentro; esa verdad machacona que quiere abrirse camino desde el centro de nuestra esencia –aunque no esté claro dónde está esa esencia- y que lleva la oferta de proporcionarnos paz, tranquilidad y siete horas de sueño seguidas.

La verdad incómoda de saber que no nos quiere quien dice (con la boca pequeña) querernos, la verdad antipática de tener que aguantar a personas a las que no apreciamos y reírles las gracias, la verdad apestosa de cuánto se odia al de fuera, cómo se le desprecia: la aporofobia, la homofobia, la xenofobia y tantas de similar desinencia que existen porque las practicamos.

Parafraseando al gran filósofo Marx (Groucho), “Estas son mis verdades, si no le gustan tengo otras”.

Felices los felices.

LaAlquimista

*Hoy tampoco he hablado del bicho.

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