lunes, 15 de febrero de 2021

Día de lluvia

 

Día de lluvia

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Desde el ventanal de la sala veo la calle. A veces me quedo absorta contemplando el ir y venir de la gente, hormigas con paraguas que van y vienen atareadas yendo a buscar lo que necesitan para llevar al hormiguero. Ahora salen menos -todos salimos menos-, y quiero pensar que la lluvia de un sábado por la mañana desanima a cualquier ser vivo.

Como buena hormiga, tengo reservas para el invierno y no necesito convencerme a mí misma de que “necesito” ir por algo más sin lo que no pueda pasar. Ese pensamiento que convierto en convicción me regala el pequeño placer de quedarme guarecida (que viene de guarida) un sábado por la mañana cuando afuera el viento aúlla y la lluvia le hace los coros.

El cafecito de media mañana templa el cuerpo y aviva el ánimo inevitablemente algo retraído; conecto en la radio la única emisora que no me pone de los pelos -Radio3- y me dejo mecer por la voz sensual –deberían recetarla en la seguridad social- de quien creo que es Juan Pablo Silvestre en “Mundo Babel”. Cuenta cosas, pincha música como si supiera lo que necesitamos los demás, ésa que te hace levantarte y bailar o llenarte el pecho de un canto libre y liberador (aunque sea desafinado). Luego habla de las estrellas, de otros mundos, de sueños y amores de colores. Suficiente para enamorarte.

Como todo placer, llega a su fin –y como todos sabemos que acaban las cosas buenas, amores incluidos- pero ya el ánimo está sosegado, volandero, en pie de guerra para emprender las más postergadas hazañas, como limpiar los rincones de la cocina o planchar los manteles de la última comida navideña. Es entonces cuando surge una vocecilla tímida pero firme que aleja las “malas intenciones” a favor de un rato de lectura o hacer girar un cd de los de antes, eligiendo la música y evitando que sea un algoritmo el que la haga sonar. Oídos abiertos, libres, receptivos, sin pinganillos ni auriculares, a tumba abierta, sintiéndola en las tripas, como se debe de escuchar la buena música.

Va pasando la mañana como un rayo de esperanza y ya  parece que poca cosa el humilde condumio previsto para la comida y, quién sabe de dónde –o sí se intuye- surge el gusanillo de desear algo especial, como si fuera el día adecuado para celebrar algo íntimo y callado y… ¿por qué no?, le dice la cigarra que habita en la esquina del corazoncito a la hormiga que está mirando con la boca abierta, sin atreverse a decir nada.

Me voy con el ordenador en brazos a la cocina para seguir confesando y compartiendo mi pequeña felicidad sabatina mientras dejo que hierva la leche con su canela y su corteza de limón porque he decidido que hoy, precisamente hoy, es el día adecuado para hacer unas maravillosas torrijas. Al son de “El Danubio Azul”, bailando con la música que ha puesto colofón al programa de hoy.

Ha seguido lloviendo durante todo el sábado. Pero a esas alturas ya había salvado el fin de semana entero…

Felices los felices. Y los que escuchan la radio.

LaAlquimista

  • (“Hoy tampoco he hablado del bicho”)

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