viernes, 27 de febrero de 2015

"Cambio perro por novio. Sólo fines de semana"


 

Las cosas como son; esto de tener perro ofrece muchos inconvenientes y una serie de ventajas (dicen) que todavía estoy por descubrir. De momento, voy tomando buena nota de las prohibiciones que han aparecido en mi vida de la pata de Elur, bien entendido que yo pensaba que la única molestia de verdad iba a ser la de sacarlo a la calle tres veces al día a hora fija y resulta que eso es lo que menos me molesta, apenas nada.

En mi ingenuidad pensé que podía incorporar al perro a mi vida cotidiana– una vida normalita de ciudadana socializada y tal- y resulta que no, que por mucho que los humanos protejamos a los animales, hacer una vida normal y corriente con el chucho entre las piernas es absolutamente impensable (e imposible). Partiendo de la base de que en ningún momento se me ocurrió dejarlo encerrado en casa, excepto sus tres salidas mingitorias y de lo otro, me he dado cuenta de que mi vida no se puede conciliar con la vida de un perro que se precie.


Para empezar, al probrecito mío, no me lo dejan entrar en ningún sitio. Es decir, que si estoy dando un paseo me tengo que tomar el café en la mesa de los fumadores (o sea, en la pura calle); si aprovecho para hacer algún recado, en el colmado no puede entrar y tengo que dejarlo amarrado al anaquel de las frutas que suelen poner en la acera, con el consiguiente riesgo de que: a)me lo pisen, b)me lo roben o c) que el pobre –del susto- riegue las naranjas con el consiguiente mosqueo del personal. Tampoco puede acompañarme a mirar escaparates –como no sea eso, “mirarlos”- porque si quiero probarme alguna ropa o comprar un libro o ir a la biblioteca o visitar una exposición, me encuentro con el cartelito de “PERROS NO”.

Y tengo que elegir entre seguir haciendo mi vida cotidiana sin perro o cambiar mis costumbres porque tengo perro. En cualquier caso, me niego a dejarlo encerrado en casa y solo a todas horas, para eso me ahorro la molestia, faltaría más, pobre bicho, con lo que le gusta a él retozar, pero… ¿dónde? ¡Si en los parques no puede entrar!, -y de rebote yo me quedo sin pisarlos-, tan sólo nos queda el monte, al que voy muy a menudo, pero soy de asfalto…

Eso sí, todo el mundo que me para le hace mimos, caricias y le prodiga halagos –es un bicho simpático y cariñoso además de guapo- pero su ámbito de “actuación” está tan restringido que ya me estoy planteando una solución que equilibre el desequilibrio en el que nos encontramos él y yo.

Además, los fines de semana me aburro un montón, porque tampoco puedo llevarlo al cine, ni a un restaurante, ni a un pub a por el gintonic de rigor, así que, visto lo visto… voy a tener que pillar un noviete para los días festivos para poder hacer un poco de vida social, y dejar al perro en casa haciendo sudokus…

En fin.

LaAlquimista

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