jueves, 12 de febrero de 2015

Santa paciencia y aguanta lo que te echen


Meterse en obras en casa es algo que no le deseo ni a mi peor enemigo, si lo tuviera, pero servidora tiene paciencia por arrobas y sabe coordinar gremios, organizar gente y templar gaitas, así que me puse a ello pidiendo presupuestos y haciendo selección de personal gremial. Los afortunados –es una forma de hablar- empezaron a pisar mi parquet hace cuatro semanas y cada uno, cada gremio, dejó su huella –aunque afortunadamente, no indeleble. (Debo precisar que, entre quienes han cambiado las persianas, las ventanas y las puertas, acuchillado el parquet, pintado paredes y techos, desmontado armarios empotrados, picado azulejos y acarreado material y muebles diecisiete pisos no ha habido ni una sola mujer. Está claro que hay oficios que no nos interesan lo más mínimo.)

El albañil llegó con sus botazas de seguridad y fue dejando –como Pulgarcito- cagarrutitas de cemento por todo el pasillo y plasmó su traza del cuarenta y cinco en la alfombra que tengo a los pies de mi cama. Como a mí no me gusta chillar, le hice notar de buenas maneras que me lo estaba pringando todo y él, mefistofélico sin saberlo, me contestó: “Es lo que hay, señora”. –“Lo que hay es una escoba, compañero…” Me temo que no le hizo mucha gracia.

Los persianeros entraron por la puerta con cara de pocos amigos, sudorosos a más no poder y echando el bofe por haber tenido que cargar las persianas al hombro los diecisiete pisos. (El que viene a hacer el presupuesto no es el mismo, evidentemente, que el que pone la mano de obra y a veces los comerciales callan lo que les conviene como muertos y luego te gastas una pasta en propinas)


Lo mejor es cuando te piden usar el baño y sabes la que te espera, pero ¿hubiera quedado correcto poner un cartelito que dijera–como en tantos establecimientos- “reservado exclusivamente para nuestros clientes”? Luego el tema de los horarios; no hay manera de que vengan a trabajar pronto y puntuales –el acopio de materiales, el tráfico, el aparcamiento- pero a las diez y media parada y fonda y a la una les suena una sirena interna que hace que lo dejen todo como un plano congelado en el cine y salgan escopeteados a comer. Como van a volver a las dos y media más te vale adecuarte a su horario o estás muerta, porque a las cinco echan la persiana y hasta el día siguiente. Y no digo nada de la suciedad que extienden por doquier a su alrededor… para disimular te piden una escoba y un recogedor, pero es sólo para disimular.

Pero con quien he establecido una especie de relación autista es con el pintor. Hombre de pocas palabras –más bien mínimas, justo hola y adiós- el primer día vino con las manos vacías. ¿Y la escalera? –le pregunté yo. –No tengo, respondió él. –Pues vale, de coña, le dije.

Así que se fue en autobús a buscar una donde un amigo y volvió después de comer. (No tiene furgoneta porque no le hace falta) -¿Y la pintura? le pregunté yo. –Otro día, contestó él, primero hay que poner cinta protectora. Y como lo mío no es la brocha gorda, me fui a otra habitación a seguir con mis cosas.

Al cabo de un ratito me llega el tufillo inconfundible de un cigarrillo… -vaya, hombre, -pensé-, ahora me toca ponerme en plan ogro… así que me dirigí a la habitación y allí estaba el buen hombre, echando un pito mirando por la ventana y justo, justo lo termina y con ademán certero lanzó la colilla al aire haciendo chirigüeltas –la colilla, se entiende.

(¿Tengo que explicarle a un adulto que lanzar cigarrillos encendidos por la ventana a la calle por donde pasan personas, niños, perros y guardias de la OTA es un desafuero?)

Con la antena puesta y el ojo avizor fui detectando sus idas y venidas por el pasillo hasta el baño, la cocina, ¿? Y… ¡mi dormitorio! Salté del sofá en el que intentaba –en vano- leer un libro y fui a inquirir qué tenía que hacer en mi cuarto, y ahí me lo encuentro, sentado en la cama, mirando al techo y…calculando –según él- la pintura que tendría que comprar. Paciencia, paciencia…

Pero a los cinco minutos le oigo entrar en el baño del pasillo (si llega a entrar en el de mi dormitorio me lo meriendo vivo) y escucho el inconfundible sonido de una micción larga y ruidosa. (¿Pero es que este hombre no va a cerrar la puerta cuando vaya a orinar?) Atenta al ruido de la cisterna, me lo cruzo en el pasillo y…voilà! La tapa del inodoro ¡!!LEVANTADA!!! Ahí ya no pude más y con mi mejor sonrisa me lo encaré y le dije que lo que estaba haciendo era motivo de divorcio; me miró como miraría un campesino de la edad media a un par de bueyes y me espetó: “yo ya estoy separado… “.

Llevamos un par de semanas cruzándonos por la mañana y después de comer. En un par de ocasiones me ha enviado un sms diciendo: “mañana no voy”. El jueves le pagué la mitad de lo acordado y se llevó la escalera y llevo varios días llamándole al móvil que está apagado o fuera de cobertura. De recuerdo me ha dejado en el baño del pasillo la cubeta, dos botes de pintura, la brocha gorda y la tapa del inodoro levantada. (¿Por qué le llamarán inodoro si no evita olor alguno?)

Está claro que los hombres desaparecen de mi vida dejando huellas difíciles de borrar…

En fin. Paciencia. A ver si llama hoy.

LaAlquimista

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