Yo es que no tengo mucho sentido del humor; de hecho, en la mayoría de las ocasiones, creo que tengo poquísimo. Porque, la verdad, nunca le he visto la gracia a eso de burlarse del prójimo utilizando la –casi siempre poca- inteligencia del burlador. Porque gastar una “inocentada” –como es tradición en día como hoy- casi siempre consiste en utilizar armas para humillar al otro. Y me explico. La gente se aprovecha de la buena fe para colarte una mentira que puede ser creíble, si no, no colaría. El que maneja la ironía, el sarcasmo y la mordacidad lanza andanadas de venablos –envenenados o no- sobre quien no está contaminado por la falsedad y presenta todavía un corazón puro para creer en ciertas utopías.
Lo de colgar un monigote de papel en la espalda del “tonto” mira que tiene poca gracia… y sin embargo, parece que es lo que se enseña a los niños, mira a ver de quién puedes burlarte, de quién puedes reirte, quién es menos listo que tú y aprovéchate…
Inocentadas me han hecho muchas y muy buenas a lo largo de la vida: soy la reina de la mofa y la befa. La mejor de todas fue cuando me hicieron creer –bien orquestada la cosa y con complicidades imposibles- que cada seis de Enero subían por el balcón de casa unos seres fantásticos que me dejarían regalos si me había portado bien. Y me lo creí a pies juntillas. Otra de las grandes que me tragué durante muchísimos años fue la de que había un ojo divino que me veía siempre, estuviera donde estuviese –incluso sentada en el inodoro- y que si hacía algo “malo” sería castigada por ello. Y también me lo creí hasta que me entró “el uso de razón”.
Otra inocentada –porque yo seguía siendo inocente- fue la del amor eterno y hasta que la muerte nos separe del matrimonio. Me creí como un corderito al que llevan a sacrificar que las promesas realizadas “ante Dios y ante los hombres” de respeto, amor, ayuda mutua y no sé qué más se iban a cumplir únicamente porque las habíamos formulado.
Inocentadas buenas de verdad: las de firmar un “Contrato Fijo” y que a la vuelta de treinta años estés en la calle cobrando el paro porque te has hecho “mayor” y poco rentable para la empresa. O esa otra de que le votes a un partido con una lista estupenda de promesas electorales y en cuanto se sienta en la poltrona del poder “donde dije digo, digo Diego”.
Todas estas pequeñas, medianas y grandes desgracias ocurren porque sigue habiendo “inocentes” de alma limpia y corazón abierto que creen en la verdad, en la honestidad del ser humano y confían en que quien dice amar, lo hace de verdad.
Pero no. Ya sabemos que no es así y hoy, veintiocho de Diciembre, nos darán muchas más razones para seguir desconfiando del ser humano porque alguien, más listo que nosotros, se nos reirá a la cara y nos llamará: !“Inocente, inocente”!
Lo dicho; que no tengo sentido del humor.
En fin.
LaAlquimista
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