domingo, 1 de febrero de 2015

No seas cobarde y haz testamento



Hace poco salió la conversación y se me quedaron a cuadros cuando dije que yo ya había hecho testamento. –“¿Cómo, tan joven? Quita, quita, toca madera…?” Y como quien así me hablaba, además de ser persona amiga me supera en edad, no me pude contener y se me escapó ese pronto que tengo que tantos disgustos me ha dado a lo largo de la vida (y que yo creía que estaba más o menos domado).

Así que le dije, para empezar, que era un cobarde y un egoísta por no pensar en sus seres queridos. Por no pensar en su compañera, con la que lleva tropecientos años viviendo sin haber firmado ningún papel y que, cuando a él le caiga un tiesto en la cabeza uno de estos días de fuertes vientos que se avecinan, ella no podrá cobrar ninguna pensión –obviamente- pero tampoco tendrá derecho a parte de sus bienes si no lo especifica él claramente.

Egoísta por no pensar en sus hijos que no sólo tendrán que pagar muchos más impuestos al fisco sino que además deberán esperar un tiempo indefinido hasta que se compruebe que “no” hay testamento alguno registrado y poder liquidar el piso que tiene en Donosti y el apartamento en La Rioja que, se ponga como se ponga, van a heredar de todas formas.

Ante mi andanada verbal, el buen hombre –ya lo siento, te dije que lo usaría para un post- argumentó que no era cuestión de egoismo –que hasta a mí me consta cuánto quiere a su familia- sino de costumbre, que por supuesto que piensa hacer testamento, pero más adelante… pues como sus padres que lo hicieron pasados los setenta, a una edad “normal”… Y digo yo; ¿cuál es la edad “normal” para hacer testamento?

Hice mi primer testamento a los treinta años porque estaba divorciada y tenía una niña pequeña a la que proteger y no me sentía con esa estúpida soberbia de creer –como tanta gente joven y no tan joven- que iba a morir de vieja y en la cama. Fue un testamento nombrando administradores puesto que había un menor de edad de por medio; dejarlo todo atado y bien atado significa eso ni más ni menos. Y amor por los que amamos para que tengan los menos problemas si nos vamos antes de tiempo (¿De qué tiempo, si puede saberse?)

Mi segundo testamento lo hice a los cuarenta años porque estaba divorciada –de nuevo- y ahora había dos niñas a las que proteger. Con esto de los divorcios y los nuevos casorios los abogados y magistrados se vuelven locos –o casi- a la hora de interpretar la ley y ver lo que corresponde a cada “ex” o a cada nuevo hijo de una nueva relación. Existen matices, recovecos y artimañas (como siempre ha habido, pero ahora se han multiplicado)

Mi tercer testamento lo hice hace dos años, cuando me pre-jubilé, anulando el anterior y dejándolo todo claro y diáfano para que no haya ni dudas ni problemas. También hice el Testamento Vital –y registrado está en el Gobierno Vasco- en el que indico claramente que no quiero que se me alargue la vida si estoy con un pie aquí y otro allá, que los médicos me dejen morir en paz, que se entregue mi cuerpo para aprovechar mis órganos –si queda algo en buen uso-, que no se me inhume sino que se me incinere, que no se haga oficio religioso alguno y cuatro cosas privadas más, porque una también tiene sus manías.

Mi amigo y yo seguimos siendo amigos; me bajé de la moto y le pedí disculpas por mi explosiva diatriba ya que cada uno es muy libre de tomar sus propias decisiones nos parezca lo que nos parezca a los demás. Luego pedimos otra ronda y me dijo: “buen tema para un post; seguro que la mayoría de la gente tampoco tiene hecho testamento…”

En fin.

LaAlquimista


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