sábado, 14 de febrero de 2015

Hay quien lleva máscara todo el año



Sé poco del auténtico origen del Carnaval –levantar la carne- o carnestolendas –fiestas de la carne-, de ese tiempo de jolgorio antes de la tristísima y gris Cuaresma cristiana y es poca mi experiencia en esto de disfrazarme y salir a la calle a bailar al son de las comparsas. Quizás es que tampoco entendí –ni le saqué chispa- a esa inveterada costumbre que hay en este pueblo grande en el que nací de desfilar serios y compuestos mientras los demás te miran en silencio. Dicen que los donostiarras somos especialistas en eso, no lo sé, a mí nunca me han pillado en ninguna parada ni militar ni de las otras, mi forma de ser es poco proclive a ser comparsa de nadie, ni siquiera con música de fondo.

Corría el año 1976 y hacía menos de tres meses que el dictador dormía debajo de una losa; las prohibiciones empezaban a destaparse, algunas discretamente, otras a bombo y platillo y adornadas con no poca alharaca. Los desfiles de Carnaval habían estado prohibidos –como tantas otras cosas- en esta ciudad y ni siquiera tuvimos cuando niños el alivio de disfrazarnos inocentemente en el colegio así que, como nunca antes me había disfrazado de nada, opuse una cierta resistencia a hacer algo tan sólo porque lo permitieran. Al año siguiente, alguien tuvo la visión necesaria para organizar pública y oficialmente el festejo y parecía como si nunca nos hubiera faltado el jolgorio de los disfraces. En realidad fue un “salir a la calle” haciendo el tonto, pero con la cara tapada, sin “darla”, impunemente.

Y eso es lo que me sigue sin gustar, lo de esconderme. Recuerdo a una de mis hermanas –que siempre se las daba de buenita- tapada con una sábana vieja, manchada de pintura roja y envuelta en cadenas, pegando saltos, brincos, gritos, en un frenesí enloquecido que, por lo inhabitual de la cosa, se me quedó grabado. Servidora se puso un vestido indio antes de que inventaran a Pocahontas –vestido auténtico, nada de disfraz, me lo trajeron de un viaje trasatlántico como regalo- y me sentí incómoda, ridícula y fuera de mi pellejo hasta que pude volver a casa y ponerme los vaqueros de siempre.

Pero aprendí a observar cómo personas adultas, teóricamente responsables, por el simple hecho de ocultar su rostro, es decir, por sentirse IMPUNES, cometían pequeñas tonterías tales como “meterse” con los demás, molestar un poco, bromear, empujar o hacerles bromas…a cara tapada. Así que una y no más santotomás y me bajé del carro de los carnavales para los restos. Más que nada porque no es una tradición de esta ciudad, no lo llevamos en la sangre como en Tolosa y otros lugares y a mí lo de hacer el tonto se me da muy mal puesto que soy una persona con el sentido del humor atrofiado de nacimiento y los muchos tratamientos a los que lo he sometido a lo largo de la vida para regenerarlo no han dado más que resultados mediocres. A lo más que he conseguido es a reirme de mí misma, nunca de los demás.

Esta tarde/noche se pondrán la máscara permitida muchas de las personas que conozco para salir a la calle a disfrutar de la fiesta o harán la fiesta en casa, con glamour y amigos de confianza. Algunos serán identificables porque son ya muchos años, pero otros conseguirán engañar hasta a sus propios conocidos.

Esos serán los que, al quitarse la máscara que han llevado durante todo el año y mostrarse tal y como son en realidad no podrán ser reconocidos ni por su propia madre. Algunas personas se quitarán la máscara en vez de ponérsela y, en ese ejercicio de magia/potagia, mostrarán durante unas horas su verdadero rostro al mundo para hacerse con fuerza suficiente para poder estar ocultos tras de sí mismos hasta los próximos Carnavales.

Algunos se quitan la máscara voluntariamente para poder respirar; a otros se las está arrancando la vergüenza de que se aireen sus trapos sucios y todo el país sepa que eran ladrones disfrazados de políticos, directores, consejeros o gente de bien. Ya no está de moda el disfraz de yerno –real o no- para esconder a un avaricioso depredador, ni tiene maldita la gracia ir con máscara de buena persona por la vida mientras que entre bastidores se solazan en la maledicencia, la envidia y las puñaladas traperas.
 
 

Aquí mismo, en este pequeño mundo de los blogs, hay disfraces que ocultan lo que no es de recibo enseñar al personal. Una careta se compra en la calle o se fabrica en casa, pero a quien la usa deberían avisarle de que, con el tiempo todas se caen, se resquebrajan, incluso las que querían ser de cemento armado. Y cuando una de estas personas “se disfraza” nos muestra su verdadera cara. Tan sólo hay que observar detenidamente…ahora que son Carnavales.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:


 
http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

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