jueves, 5 de febrero de 2015

¿Por qué mi perro mueve la cola cuando me ve?



Pues porque se alegra de verme, eso es evidente. Y se alegra de verme, no porque yo sea una persona de buenas y manifiestas cualidades, no porque sopese mi calidad humana y humanista, no porque esté de acuerdo con mi discurso, sino –simple y llanamente- porque sabe que soy su sustento y su cobijo, su amparo y bienestar.

Y lo sabe por instinto, sin hacer cábalas filosóficas en su pequeño cerebro de cánido, reconoce a quien le quiere y cuida y no se plantea ningún tipo de infidelidad ni traición. Fiel hasta que la muerte nos separe sin necesidad de firmar ningún papel.

Cuando llego a casa, de vuelta de una de mis cortas ausencias diurnas, me recibe como si volviera de un viaje transoceánico; caracolea a mi alrededor, salta hasta mi cintura, gira sobre sí mismo en un centrifugado imposible y, a veces, es tal su emoción, que hasta se pone a ladrar como un poseso. Entonces, tengo que calmarle, dedicarle esos minutos que necesita desde su óptica de animal no racional, para comprender que sí, que he vuelto para quedarme, que no le he olvidado en esas horas que he estado ausente, que todo volverá a ser como siempre entre él y yo.

Entonces, una vez pasada esa euforia inicial, se olvida de todo, se va a su txoko, se aovilla y se duerme. Satisfecho de la vida y de su suerte. Es lo que tiene ser perro.

Esta situación me lleva a extrapolarla a la de las personas que vuelven a su casa y nadie sale a recibirles. Cuando se abre la puerta, se dice “!Hola!” y la respuesta es el silencio; un silencio ominoso puesto que otros seres humanos hay en la vivienda que no salen a recibir a quien llega de vuelta. ¡Qué tristeza llegar a casa y que nadie salga a darte un beso, un saludo, una sonrisa! Que cada uno esté “a su bola” y el que entra sea un bulto más a la hora de la cena…

Les pasa a muchos hombres, me consta, que sus parejas o sus hijos se olvidan de demostrarles el cariño que les tienen en el día a día y su saludo de bienvenida va acompañado de algún requerimiento; les pasa a muchas mujeres, me consta, que compañeros o hijos escuchan indiferentes sus pasos de vuelta al hogar excepto si es por que traen en el carrito de la compra (material o emocional) algo que les interesa a ellos. Les pasa a muchos hijos, me consta, que vuelven a algo llamado hogar y encuentran el silencio, o lo que es peor, los gritos, en cualquier caso indiferencia, excepto para ser depositarios de no pocas amarguras ajenas. Nunca olvido las palabras de un gran amigo que –me contaba- tomó su decisión de separarse de su mujer y abandonar el hogar familiar con hijos incluidos, cuando tomó conciencia de que el único que se alegraba al entrar él por la puerta era el perro.

Pero mi perro pasa de todo esto y tan sólo expresa su alegría; sin pedir nada a cambio, por el puro placer de emocionarse ante mi vuelta al hogar, a su pequeño mundo de emociones primarias que no admiten interés ni capital.

Y mueve la cola cada vez que me ve. Porque no piensa, porque tan sólo siente…

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario