sábado, 7 de febrero de 2015

Espabilando, que es gerundio



Éramos cuatro mujeres, cuatro amigas con ganas de compartir las vivencias acaecidas desde la última vez que nos habíamos juntado, así que reservamos una víspera de fiesta como “espacio propio” y quedamos a la hora decente de las ocho de la tarde. Un par de días antes había intentado reservar sitio para cenar en un restaurante más o menos de moda, más o menos con precios aquilatados y poco menos que se me rieron a la cara. -“¿Para el sábado y llamas el jueves? No, no, imposible, todo completo...

Como yo siempre tengo un plan “B” pensé que igual era el día apropiado para tomarnos unos pinchos o una pizza, tampoco vamos a ponernos en plan exigente, que lo que nos importaba era estar juntas, juntas nada más. Así que después de los besos y abrazos y con el verdejo de rigor en la mano confesé que había fallado en mis labores de organizadora y que habría que improvisar sobre la marcha y enseguida empezamos a proponer sitios alternativos, bares de diseño con carta en miniatura y tonterías varias. Hasta que una de nosotras –la más lista, me temo- dijo: “¿Y si compramos algunas cosas ricas y nos vamos a mi casa a cenar?”

Una lata de mi-cuit de 150 grs., una bolsa de salmón noruego ahumado de 250 grs., ensalada de brotes tiernos para parar un tren, un queso Camembert y un Gorgonzola picante, dos botellas de buen vino y tarta helada de postre, con licor de hierbas y buen humor, nos dieron para una cena riquísima con sobremesa hasta pasada la medianoche. (Los jovenzuelos que compraban en el supermercado barato -al que parecía que nos daba vergüenza entrar- lo que yo llamo “alcohol de quemar” y refrescos de cola para su juerga callejera nocturna nos miraban como si fuéramos un anacronismo.) Pagamos a escote y no llegó a los 10€ cada una.

Luego salimos a tomar el gintonic de rigor a un bar de copas y allí constatamos que habíamos hecho el canelo una vez más. Pagamos a escote y nos salió a 10€ cada una.

La reflexión subsiguiente, azuzada por el vino de la cena y la Tankeray, no nos llevó a determinar que la próxima vez nos tomaríamos también la copa en casa, porque “si no sales” es como si no disfrutas, si rehúyes la noche –aunque sea la donostiarra- es como si hubieras envejecido un poco más rápido, como si ya estuvieras para tomar sopitas. Y eso no, ni hablar, menudas somos nosotras, además es cuestión psicológica, así que nos fuimos a por la segunda ronda  y nos gastamos en tónica y hielos con un poco de gin el carro entero de la compra de una familia de medianos posibles.

Al mediodía siguiente nos llamamos las unas a las otras para corroborar que lo habíamos pasado mucho mejor mientras estuvimos en casa que en el tiempo hueco de conversación y saturado de decibelios que vino después. Pero yo les entiendo a ellas: la que está en casa necesita salir a tomar el aire y yo, que ni salgo sino todo lo contrario, no me queda otra que adaptarme para seguir conservando a mis amigas –lo cual, dicho sea de paso, no me cuesta esfuerzo alguno. Pero eso sí, para la próxima, a espabilar tocan.

En fin.

LaAlquimista

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