lunes, 9 de febrero de 2015

¿Con quién voy a estrenar mi nueva cama?





Hace un mes y pico me dio el arrebato de cambiarlo todo en mi casa a la vez que mudaba la piel. Decidí que no solamente debo renovarme lo más a menudo posible en lo interior, sino que ya iba siendo hora de hacer una remodelación de mi hogar. Un hogar que primero fue para dos, luego para tres, se extendió hasta el cuarteto y ha acabado con el número que faltaba: el uno. Ley de vida que le dicen. Así que la idea era desprenderme de los apuntes de las carreras, los peluches de las niñas, los disfraces de carnaval, los libros de Wally y las cartas de amor.

Vaciar armarios de varios metros cúbicos de ropa, seleccionar los libros que me voy a quedar –inventariados casi dos mil- regalar los muebles en buen uso y llenar la basura de todo lo inservible. Trabajo de titanes para una persona sola.

Pero lo más difícil ha sido sacar de las paredes los miles de susurros de amor y cuarto y mitad de gritos y malas palabras; acuchillar, lijar y barnizar el paso cansino de quien se fue sin mirar atrás dejando en el suelo una impronta triste; dos capas de pintura plástica en techos y paredes que se lleven los malos humos –literales y de los otros-; desmontar y tirar a la basura los armarios empotrados, rascando bien a fondo para que se vayan las energías acumuladas en abrigos que ya no dan calor y bufandas que aprietan demasiado, volviendo a rellenar los huecos con material virgen de amores, recuerdos y sinsabores.



Cada rincón un recuerdo, una parte de mi tiempo, treinta y un años de risas y llantos –incluidos los de los bebés-, miles de horas musicales y otras tantas de silencio y las palabras… todas volaron por las ventanas desde las que se ve la ciudad, la mar, el mundo en el que habito… Dueña de una gran determinación he vaciado los cuartos –incluidos los de mi nostalgia- y ayer comencé desde cero: volviendo a llenar las habitaciones vacías, vírgenes.

Hoy se llevarán la cama, mi cama “de toda la vida”, la que compré cuando me casé con las ilusiones de un futuro feliz que descansaban sobre un presente que se convirtió en pasado antes de tiempo, ese colchón que he cambiado cada diez años –por recomendación del fabricante y para mi equilibrio emocional- se irá a la basura llevándose semanas de amor, horas de pasión y algunos minutos de auténtica angustia vital.



Esta noche dormiré en una nueva cama. Espléndida y enorme, con el olor excitante de lo que está por estrenar, con unas preciosas sábanas nuevas –bordadas y caprichosas- y el edredón de plumas de ganso que sustituye casi todos los afectos. Y se me ha ocurrido preguntarme quién será la primera persona que estrene conmigo esa cama… quién me acompañará en la “inauguración oficial” de mi nuevo dormitorio. (Preguntándome esas cosas extrañas es como consigo que el día se me haga luminoso o se me oscurezca el ánimo como en galerna imprevista, pero tenía que hacerlo)

Porque lo nuevo sin usar se queda viejo enseguida y pierde el encanto, adormece la ilusión y agosta casi cualquier pasión. Y por ahí no paso… que todavía me queda mucha emoción por vivir.

En fin.

LaAlquimista

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