lunes, 16 de febrero de 2015

La gente que finge que es feliz



Estoy leyendo a David Lodge, uno de esos escritores británicos que bordan la novela aunque también escriba crítica literaria, teatro y hasta guiones televisivos. Sus personajes, que tanto me recuerdan a los de Ian McEwan, siguen un patrón bien definido: triunfadores (o casi), educados, correctos –es decir, británicos- y profundamente infelices. Pero lo disimulan con esa flema victoriana que todavía no se ha pasado de moda aunque se les vea el plumero desde lejos. “Terapia”, me está proporcionando hojas de apuntes y horas de reflexión además del puro disfrute de la lectura.

Pero no hace falta ser inglés –ni siquiera pertenecer a la zona euro- para tener el fingimiento instalado entre los patrones culturales. Si bien se rompen otros prejuicios y se erradican algunos tabúes, lo que pertenece a la más pura esencia del ser humano queda relegado al ámbito íntimo, hermético, inviolable del confesonario, el café con el/la confidente o la consulta del terapeuta. Se sigue siendo infeliz y en vez de admitirlo y ponerle remedio a la situación se finge lo contrario.

Obviamente se engaña al público que observa la representación –excepto al que está ayudando a escribir ese guión o al que sube y baja el telón- pero lo más terrible es que, aunque uno sepa que es una pura pose, una mentira insostenible, persevera con tozudez y, en muchísimas ocasiones, acaba por adecuar su ánimo, su espíritu a esa mentira. Y la mente pega un bote enorme ante tal contradicción y se dispara hacia otro lado pegando los zurriagazos que luego se corrigen con chupitos de whisky, Lexatin o chocolate negro (según se tercie).

Yo no finjo ya que soy feliz; hace muchos años que dejé de poner sonrisa de pingüino cuando me preguntaban por mi vida. Me negué en redondo a lugares comunes como “bien habrá que decir” o “tirando”. Ahora, lo más que digo es “quitando lo malo, bien”, pero dejando bien claro que no vivo en un mundo piruleta ni es prejubilación jubilosa todo lo que reluce.

Y entonces… ¡ah, entonces…! Entonces se metamorfosean los que  creías verdaderos amigos en especialistas en driblar la pelota y se cae por su peso la máscara de empatía social que hasta entonces habían sostenido con gomitas finas a sus orejas. Hace poco le llamé a una amiga con la que llevábamos un tiempo sin vernos; como no coincidíamos en horario libre nos pegamos una buena charleta sobre esto, lo otro y lo de más allá. En un momento dado me preguntó: “¿y a ti cómo te va la vida?” y le conté que llevaba una época muy rara, con pocas ganas de ver a gente, reconcentrada en mis reconcomios internos de mudanza de piel y otras finuras a las que a veces se dedica mi ánimo. Después de un brevísimo silencio, recuperó el hilo y me dijo, -“bueno, ya se te pasará y, a ver si quedamos cualquier día de estos…”

La cara de imbécil que se me quedó con el teléfono en la mano me la estoy viendo todavía.

Claro, ella igual es de las que finge que es siempre feliz…

En fin.

LaAlquimista

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1 comentario:

  1. Esto es lo que supone haber pasado de los cincuenta... ¡Con ganas e ilusión a tope ! Ahí os va un ejemplo de mi artista favorita, a sus CINCUENTA Y TRES AÑITOS. ¡Animaros, chicas, que esto empieza ahora !. https://www.youtube.com/watch?v=0D0Aq4btrHQ

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