martes, 10 de febrero de 2015

Pegando la hebra por doquier



Otro de mis experimentos en zapatillas. Ahora que tengo la casa patas arriba y me recorro las tiendas de decoración buscando, una estantería de acacia aquí, una lámpara que dé bonita luz allá, he decidido aprovechar la obligada relación verbal con los dependientes/propietarios de los negocios que visito para pegar la hebra y expansionar mi ánimo.

Por supuesto que no es lo mismo decirle a una dependienta de Zara: “¿vaya cosa lo de las  nieves del pasado fin de semana, eh? –que seguro que me miraría como si fuera una señora mayor con la cabeza fuera de mi sitio-, que hacer un comentario inteligente a la gente del pequeño comercio, a esa persona que está sola en una tienda esperando a que yo entre para que me atienda. ¡Cómo agradece el personal que se le dé un poquito de palique para atenuar el aburrimiento de ver pasar las horas…!

Esta mañana, en una tienda moderna y postinera del centro, he visto un mueblecito precioso: mitad mesilla, mitad secreter de guardar secretos, de madera de teca y lacado en dos colores vivos y atrayentes, me ha atraído su reflejo desde el escaparate y hemos entrado (Elur y yo) para interesarnos en él. El precio, no siendo nada interesante, ha puesto una barrera infranqueable entre mi deseo y la realidad, pero he aprovechado para comentarle al señor que allí estaba que, no teniendo la excusa de decir “lo voy a consultar con mi marido”, no me quedaba más remedio que decir que me resultaba caro a mi bolsillo de prejubilada. Pues si he dicho, ya he dicho. Resulta que él también está prejubilado “del Banco”; que él tampoco tiene esposa porque a “estas edades” mejor cada uno en su casa y Dios en la de todos y a lo tonto, a lo tonto, nos hemos pasado unos veinte minutillos pegando la hebra como dos comadres a la puerta de su casa. La despedida: “a ver si pasas por aquí otro día aunque no compres el mueble…”

De vuelta a casa, con el sol de frente, me paro en mi pescadería de cabecera donde hemos hablado de mis hijas y del bebé de la pescatera, de la enfermedad de su padre y de la vacunación contra la gripe; del buen precio de los chicharros y de que la gente come poco pescado aunque esté barato y, para despedirnos, me ha dado el ramito de perejil preceptivo (que en las pescaderías grandes no dan porque Sanidad se lo tiene prohibidísimo).

¿Os acordáis de cuando subías al autobús e ibas de cháchara con el conductor la mitad del camino? Ya ni siquiera ponen aquellos letreros que decían “Prohibido hablar con el conductor”, como si fuera un apestado, pobrecillo, con lo que les aliviaba la rutina hablar del tiempo con los pasajeros… Ahora les han puesto radio para que no se aburran, pero no es lo mismo.

El pintor que me está dejando como la patena las paredes y techos de mi casa ya me ha contado que está separado, que tienes dos hijos y vive con su madre (él), que se hizo Autónomo cuando le despidieron de la empresa y que si lo prefiero, que le pague en mano, sin facturas de por medio que para dar de comer a cuatro buitres mejor nos lo quedamos nosotros ¿?¿

El remate de honor es por la noche, al filo de las 9, cuando saco a mi perro a regar el jardín. Ahí es la tertulia propiamente dicha: un grupito de habituales con perros de diversas “marcas” contando peripecias (no siempre caninas, no siempre instructivas) que me devuelven la poca esperanza que me quedaba en que los seres humanos recuperemos un poquito de aquella comunicación que nos unía antes de quedarnos aislados cada uno en nuestra casa mirando la caja tonta. Aunque, pensándolo bien, creo que si los vecinos pasean a sus perros a la hora del telediario ya hemos dado un pequeño paso adelante…

Así, si hablo con la gente, no caeré nunca en la tentación de hablarle a mi perro… o a las paredes, como hacen otros.

En fin,

LaAlquimista

Por si alguien quiere contactar:

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50/





No hay comentarios:

Publicar un comentario