lunes, 7 de abril de 2014

Prohibido quejarse

 
Desde que no trabajo fichando a las ocho de la mañana y puedo dedicar mi tiempo a diversas colaboraciones voluntarias, mi perfil social se ha visto ampliado de forma importante. La gente nueva que voy conociendo está inmersa en un proyecto común ajeno al mundo laboral lo que sociabiliza mi carácter de una forma exagerada.

Este fin de semana he participado –junto a otras 60 personas- en la celebración del aniversario de la fundadora de OSCUS (Obra Social y Cultural Sopeña), Fundación en la que me permiten participar como voluntaria desde hace unos meses para enriquecimiento de mi persona y (espero y deseo) entretenimiento de sus socios y socias.

Después del acto religioso en memoria de Dolores Rodríguez Sopeña, la celebración descendió a nivel más mundano con la asistencia a una comida de hermandad en la que me vi rodeada de personas que me sonreían invariablemente a pesar de que a la mayoría de ellas no las conocía, pero que me acogían como una más de un grupo, más que amistoso, familiar. Me conocen de las charlas que les hago soportar de vez en cuando, pero parece que nadie me lo reprochaba…

Mayoría femenina aplastante; por selección natural y por inquietud demostrada, las mujeres disfrutábamos con absoluta desinhibición del ambiente distendido. Cánticos al son de un acordeón y espontáneas que se lanzaban a bailar arrastrando a buena parte del grupo hasta que aquello se convirtió en una fiesta alegre y divertida.

Pero yo sabía de quienes llevan en su corazón grandes dolores –físicos y de los otros-, penas sin cuento y toda la vida a cuestas con las piedras de una mochila rebosante. Personas que se siguen regalando la pequeña alegría de reunirse para festejar dejando de lado las tristezas y los pesares, curando soledades entre risas y cantos, compartiendo, regalando y recibiendo; seres humanos muy mayores, quizás con pocos proyectos vitales por delante pero con la fuerza y el deseo de vivir el momento presente ayudando a los demás.

No dejé de sonreír en ningún momento; me sentí aliviada de tanta pena estúpida que a veces me asalta y me reafirmé en la idea de que la sonrisa de una persona mayor es tan hermosa como la sonrisa de un niño. El niño no conoce el miedo ni la queja y el anciano ya no tiene miedo a la vida y ha aprendido a no quejarse inútilmente.

Y si ellos no se quejan, menos voy a hacerlo yo. Por esto y otras cosas, gracias.

En fin.

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com

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