jueves, 10 de abril de 2014

Un baño de humildad con sal

 
Algunas ilusas creemos que podemos con todo, que por el hecho de ser mujeres y además madres –navegantes de mil tormentas, misioneras en urbanas selvas o targuías de árido desierto- estamos circundadas de un halo mágico que nos protege de todo mal. Y suele ser así casi siempre, que microbios y virus danzan a nuestro alrededor sin atreverse a contagiarnos su indelicadeza, la olla de la melancolía y la tristeza mantenida a raya para que no se desborde y, en definitiva, configurando la foto de poder aguantar lo que nos echen.

Pero resulta que no, que no es de recibo –aunque esté estatuido desde siempre- que una se levante con fiebre y malestar después de una “noche toledana” a preparar la comida para los que han salido de fiesta la víspera, que se derrumbe –o casi- lo doméstico si una no lleva fiel lista de lo que falta (papel higiénico, pan y leche, cervezas y naranjas); que la casa esté hecha unos zorros gracias a la alegría que aportan los hijos que vuelven, la familia que rinde visita y la general desidia de quien no se considera con más obligación que la de sonreír y dar unos cuantos kilos de abrazos sentidos.

Esta mañana me he despertado envuelta en sudores afiebrados y , para escarnio de mi inteligencia, mi primer pensamiento ha sido: y “qué pongo para comer”… Porque tengo la fea costumbre de creer –equivocadamente- que si no me ocupo yo de lo culinario me van a poner espaghettis con tomate, porque nos hemos arrogado la exclusiva de hacerlo todo nosotras para hacerlo bien y en el fondo lo que estamos haciendo es apuntalar la autoestima sobre la desfachatez de suponer a los demás menos capaces que nosotras, creando horrendos precedentes, educando de la peor manera posible, manteniendo un engaño ancestral.

Hace sol y frío desde mi ventana, pero con el plumón hasta la barbilla parece un día magnífico. Quizás alargue los brazos hasta el libro redentor o juegue un rato con las posibilidades del portátil. Pero lo más probable es que me quede en el limbo de los ensueños esperando a que aparezcan por la puerta mis hijas y –asombradísimas- descubran que hoy tienen el nada dudoso honor de ocuparse de todo. Incluso de mi persona.

Para que luego no digan que yo me creo que puedo siempre con todo y que tengo que aflojar las riendas, hoy reconozco que no sirvo para nada y pido ayuda. Un baño de humildad que sienta de cine. Seguro que van a estar encantadas.

En fin.

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

LaAlquimista

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