Cuando ando por ahí con mi mochila a cuestas –bueno, la mochila la usé solamente cuando hice (en soledad) el Camino de Santiago, normalmente uso una maleta de pequeñas dimensiones- uno de los momentos mejores del día suele ser la hora de cenar; soy muy inquieta gastronómicamente y me gusta probarlo todo, así que me produce inmenso placer sentarme a una mesa diferente a disfrutar de una comida diferente. Aunque vaya sola. Y cuando la jornada aventurera acaba, el remate perfecto es esa cerveza o esa copa –café no que luego no duermo- que ayuda al cuerpo cansado a reconciliarse con la vida. El espíritu también participa de esa pequeña parcela de felicidad, por supuesto.
¿Es raro ver a una mujer sola en un bar? En el mundo islámico es imposible y mis visitas a esa zona del planeta cada vez son menos habituales –por hartazgo y por hastío-; pero en nuestra sociedad avanzada y democrática nadie se asombra de ello. De hecho, jamás he tenido un “encontronazo” –como no fuera agradable- por estar tranquilamente tomando un té o una copa sin compañía en un bar. Excepto aquí. Excepto en esta pequeña ciudad provinciana de cacareada proyección europea de tres al cuarto habitada por ciudadanos y ciudadanas de soterrada mentalidad retrógrada.
- “Uy, hola, ¿qué andas, esperando a alguien? –me dice la amiga (que va con su marido) en un encuentro casual en un bar.-
- No, qué va, tomándome una cerveza tranquilamente.
- Pero, ¿cómo? ¿sola y a estas horas? –Las doce y cuarto de la “madrugada” de un sábado.-
- Eeehhh, pues sí, he ido al cine y al salir me ha apetecido tomar algo antes de volver a casa… ¿No se puede?
- Ya, claro, por supuesto, pero sola… ¡A ver si la gente se va a pensar que estás buscando plan…!” –Eso es lo que piensa ella-
Y eso me lo suelta a la cara y sin anestesia, medio en serio medio en broma, una amiga de las progres de toda la vida que lleva años sin salir a comprar el pan si no es del brazo de su santo esposo por aquello del “qué dirán”, pero que en “las cenas de chicas” y después de la segunda copa de crianza, no para de envidiar mi “presunta” libertad y mi ausencia de “corsés” .
Después de esa estúpida situación he comenzado a fijarme. Y no las encuentro por ninguna parte a las mujeres solas dando de comer al gremio hostelero; ni en las terracitas, ni en los taburetes del interior; ni en los restaurantes ni en los bares; ni en cafeterías ni en pubs. ¿Adónde van a tomar algo las mujeres solas en esta ciudad?
En fin.
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LaAlquimista
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No van solas. Está claro. Nosotras (ellas) mismas nos ponemos los corsés. Y luego nos quejamos del trato que nos dan algunos hombres. Yo estoy casada hace mil años, pero voy sola a muchos sitios, sin problemas, porque creo que tengo derecho a mi parcela de libertad y no tengo por qué obligar a nadie a compartir mi ocio, si no le apetece.
ResponderEliminarAy los corsés...Yo también soy una "adulta mayor" y cada vez me da menos corte ir sola a ningún lado. Y me dan pena las que no se liberan de esas cadenas. Pero no olvidemos que también son los hombres los que no quieren que sus esposas anden "sueltas" por ahí: España es un país machista en un porcentaje muy alto. Y con ello hay que luchar..
EliminarGracias por tu comentario.
Alki
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