domingo, 18 de octubre de 2015

Hacerse el tonto; todo un arte



Hay personas que van adquiriendo práctica y perfeccionando el método de “hacerse los tontos” para no afrontar situaciones que resultan conflictivas o desagradables. Cuando les entra el malestar ante una realidad incómoda o poco gratificante, hacen como que tienen un ataque de amnesia y se desentienden olímpicamente. Es decir, juegan a “no darse por enterados”.

Cuando a ti, que estás ahí haciendo guardia en la húmeda garita, se te agota la paciencia y llamas y dices: “eh, ¿acaso no habíamos quedado en esto o lo otro…?”, ponen su voz más inocente –habría que verles la cara- y te sueltan eso de: “Uy, por Dios, si se me había olvidado completamente, ya lo siento…”.

Pero tú sabes que están mintiendo.

Son gente que “desaparece” durante unas cuantas semanas y deja de dar señales de vida, preocupando a los demás y deslizando el subliminal mensaje de que algo les ocurre. Cuando te contienes el mosqueo y llamas a su puerta a ver qué pasa, casi siempre ofrecen un panorama desolador de males a los que han tenido que hacer frente, dolores físicos y/o anímicos que les han tenido fuera de la circulación afectiva, cansancios varios y trabajos de Hércules. Y tú, que tenías preparado el discurso admonitorio, acabas compadeciéndote de sus penas y ofreciendo tu ayuda para lo que haga falta.

Pero tú sabes que te están mintiendo.

Estas personas -¿quién no tiene alguna así a su alrededor?- utilizan las relaciones casi únicamente para su propio beneficio, cuando precisan de ayuda que no pueden obtener por sí solos, y el resto del tiempo, se recluyen en sus aposentos, creando a su conveniencia una burbuja caliente y cómoda que excluye a los demás… una vez que ya han satisfecho su deseo o visto cumplida su necesidad. Sueltan el discurso de que “necesitan su propio espacio” o de que “ahora solo quiero tranquilidad”.

Pero tú sabes que se están mintiendo.

Son tres mentiras en una. La que lanzan al Universo, volviéndole la espalda a la vida. La que lanzan al prójimo a la cara, habiéndole tratado con cariño primero y retirándoselo después. Y la que se lanzan a sí mismos, en su interior bien guardado, convenciéndose de que ellos tienen “razones”  y el resto… únicamente malas intenciones.

Y ahí siguen; haciéndose los tontos, como si la cosa no fuera con ellos, sin querer saber nada, ni mojarse, ni echar una mano…. Hasta que vuelvan a necesitar algo y entonces volverán a llamar a tu puerta como si no hubiera pasado nada.

En fin.

LaAlquimista

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