miércoles, 14 de octubre de 2015

Media hora de seguridad




Leído así, en solitario y estrenando la página, el título de este post podría no significar nada; o poca cosa. Pero para mí tiene un significado más que importante a raíz del descubrimiento que hice hace ya algún tiempo. Un “descubrimiento” simple, sencillo y, seguramente para muchos, un poco tonto. Pero como yo no ando sobrada de pudores, me voy a atrever a compartirlo por si a alguien le puede servir.

Uno de mis mayores caballos de batalla a lo largo de toda mi vida ha sido la impulsividad. Cruel paradoja para una persona que, si se lo propone, sabe ser reflexiva –todos tenemos esa capacidad, somos animales racionales-, pero que en momentos en los que la adrenalina inunda el cerebro utiliza su más atávica, y certera forma de defensa: el impulso de atacar o de huir. Curiosamente la impulsividad y la reflexividad van de la mano, no puede existir la una sin la otra, son un estado cognitivo.

Como se supone que “la virtud” está en el término medio, se me ocurrió empezar a proporcionarme un tiempo de seguridad a la hora de reaccionar ante situaciones imprevistas o intempestivas que no precisasen de una reacción primaria e inmediata.

Me explico. Recibo un e-mail (antes se decía una carta) en el que se me comunica una situación que me va a afectar de manera contundente: una noticia desagradable, que alguien ya no me quiere, que no me van a ingresar el sueldo, que un ser querido está sufriendo, que se anulan unas vacaciones, que se escapa un poquito de felicidad… lo que sea. En vez de darle directamente a la tecla de “responder” y reaccionar impulsivamente, me concedo media hora de seguridad. Treinta minutos en los que me obligo A NO HACER NADA en respuesta al estímulo recibido. Nada de agarrar el teléfono y empezar a preguntar qué pasa, cómo es posible, eso no está bien… Media hora de margen para que la noticia atempere su carga explosiva y se dispersen las ondas producidas de manera tan invasora.

No es una tontería, puesto que cuesta un montón llevarlo a la práctica. Hay momentos en la vida en que, ante un estímulo, reaccionamos al segundo –irreflexiva/mpulsivamente- y, si bien en una situación de emergencia eso puede salvarnos la vida (una agresión física, una catástrofe –natural o de las otras-), en la cotidianeidad lo único que hace es desequilibrarnos por dentro y dejarnos deshechos y a merced de las consecuencias de ese impulso incontrolado.

Esa media hora de seguridad me ha servido, sobre todo, para no enfadarme incorrectamente con quien creo que me ha agredido; para no devolver una pedrada que me dirigen a toda la cabeza; para demostrarme a mí misma que puedo y debo “encajar” ciertos comportamientos ajenos sin ponerme como loca. Y sobre todo, para instaurar un hábito en mí que no me proporciona más que beneficios. Esa “media hora de seguridad” se convierte, en la mayoría de las veces, en horas e incluso días de alejamiento de problemas y situaciones invasoras que, como han venido, luego se van.

Sin dejar rastro en nuestro ánimo. O apenas.

En fin.

LaAlquimista


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