lunes, 26 de octubre de 2015

Los lunes, limpieza



Desde que vivo sola es que no mancho nada o será que me estoy volviendo miope, pero el caso es que paso el dedo por los muebles y ni polvo encuentro apenas… y la lavadora que antes echaba chispas cada dos días… ahora gasto menos en suavizante que mi perro en libros –que ya es decir. Pero a pesar de estas apreciaciones puramente subjetivas sobre la higiene doméstica, servidora que es muy apañadita, dedica los lunes a hacer limpieza.

Paso el aspirador por toda la casa y por la agenda, por si me sobra algún teléfono que no quiero para nada. Cambio las sábanas de la cama, las toallas de mi baño y la manera de encarar la vida, si es que veo que me hace falta. Los cristales ni los toco, que hay muchos y grandes y ya se limpian, o así, con la lluvia; también dejo algunos asuntillos íntimos pendientes por si se lavan con la lluvia… o el paso del tiempo. Los cuartos de mis hijas los aireo con la brisa mañanera y los dejo como están: perfectos, preservados y llenos de amor. La cocina que esté ordenada. El frigorífico limpio y sin ningún producto caducado –también algunas relaciones han ido a la “basura” emocional por estar “caducadas”, que los perecederos me gusta que perezcan en la plenitud de su sabor y frescura. (Entiéndaseme bien, por favor)

Los baños son mi “asignatura pendiente”; odio limpiarlos, lo odio, lo odio, lo odio… Menos mal que sólo utilizo uno de los dos que hay, que si no… Freud diría que sigo teniendo fijaciones escatológicas, me da igual, pero siempre he sido muy “fina” yo… pero llega un momento en la vida –casi siempre a partir de cierta edad- en que hay que enfrentarse con la propia porquería. (Iba a poner otra palabra, pero me ha parecido ordinaria y maleducada). La vida nos salpica mucho barro, polvos viejos y telarañas antiguas, reproches del siglo pasado, rencores apestosos y resentimientos que es mejor que vayan directamente por el desagüe del inodoro. Y no tocarlos sin guantes, que pueden contagiar algo tóxico.

Mi “niña bonita” es el cuarto de estar porque, como su propio nombre indica, es donde estoy muchas horas al cabo del día, donde escribo entre plantas y músicas, mirando la ciudad y la mar al fondo, un espacio verde (ahora hay alfombra verde, lámpara verde, cuadro verde y muchas plantas con abundante clorofila) que me acoge, me protege y me da ánimos para seguir sintiendo que puedo llenar cada día mi vida de un nuevo sentido. Aquí agarro el plumero y voy limpiando –uno a uno- el polvo de los libros, de los recuerdos de mis viajes, de los marcos y sus fotos. Lo limpio, pero no solamente los lunes, sino cada día, porque hay espacios que deben ser preservados con buena energía y aire limpio para que al respirarlo nos llene el cuerpo y el espíritu de buen temple.

De mi dormitorio no digo nada porque es un lugar “sagrado” y ya sabéis que lo sagrado merece devoción aparte.

Los lunes hago limpieza para quitarme alguna porquería que se me haya quedado pegada en el alma sin darme cuenta (o dándomela). Que no es lo mismo, pero es igual.

En fin.

LaAlquimista

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2 comentarios:

  1. Qué estupenda y saludable manera de iniciar el regalo de cada semana de vida. Te voy a copiar el protocolo,jeje!!!

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  2. Hey Concha,
    Cada una hace lo que puede, querida mía, y con la edad va aprendiendo ciertos "truquillos".
    Mucho love.
    Alqui.

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