martes, 20 de octubre de 2015

Mi perro no es tonto

 

Después de tres años y cinco meses cuidando del ex_perro de mi madre, ya le voy cogiendo más o menos el tranquillo a un animalillo que venía con sus mañas, costumbres y triquiñuelas añadidas a la hoja del pedigrí y, si bien jamás en mi vida había deseado ocuparme de ningún animal de más de dos patas ni mucho menos compartir parte de mi vida y mi espacio con él, ya está definido el camino de nuestra relación “hasta que la muerte nos separe”, pero teniendo bien claro que es él quien depende de mí y no viceversa.

Lo primero que tuve que hacer fue enseñarle a des-aprender sus trucos infalibles para conseguir del humano de turno todo lo que se le pasaba por el hocico y por su condición de macho de la especie perruna a la que pertenece –está claro que si hubiera sido “chica” no habríamos podido convivir bajo el mismo techo, demasiados estrógenos juntos…

Cuando entró en mi casa por primera vez, lo olisqueó todo y sacó a relucir olvidadas pelotillas de polvo de detrás del sofá y un calcetín desparejado de debajo de la cama donde no llega ni la escoba ni el aspirador. (Buen trabajo, Elur) Antes de que eligiera su espacio propio en el salón o en mi dormitorio le puse su camita debajo de la mesa de la cocina y al lado situé la vasija de plástico de donde come y bebe; pero no le gustó y el mismo día ya se situó a dormir en el pasillo, junto a la puerta de mi dormitorio buscando, alma de cántaro, la proximidad y el calor de otro ser, aunque fuera humano. Luego se duerme. No es tonto, no.

Cuando escribo, leo, miro una película, hablo por teléfono o realizo cualquier actividad que no me obligue a estar ni de pie ni moviéndome por la casa, se acerca y se tumba a mis pies. ¿Que me levanto a, por ejemplo, buscar un vaso de agua? Allá que se viene detrás de mí, me espera y vuelve conmigo a su posición en el suelo. No es que no pueda pasar ni un momento de su vida sin mí; es que se siente desamparado si me pierde de vista un segundo y supongo que intuye que de mi mano viene la comida que necesita. Luego se duerme. No es tonto, no.

Pero cuando me ausento de la casa y lo dejo en la cocina –no tiene visado para entrar en los dormitorios- con la comida en su cuenco, algo de luz si está oscureciendo y Radio3 prendida no muy alta para que escuche buena música, no se pone a ladrar ni monta bronca alguna. Se duerme plácidamente (o eso creo) y, simplemente, espera a que vuelva. Cuando regreso, salta como loco, caracolea, se excita hasta lo indecible, en definitiva, un recibimiento de alfombra roja que muchos humanos deberían imitar. Luego se duerme. No es tonto, no.

No me hace reproches, ni me molesta con tabarras varias; sabe cuál es su sitio y respeta el mío tan sólo a cambio de la comida y los paseos preceptivos. Cuando juego con él a lanzarle el hueso de plástico que venera, corre, salta, lo atrapa y escapa corriendo hasta su txoko con él entre los dientes. Entonces yo se lo quito y lo vuelvo a lanzar a la otra punta del pasillo y así hasta que se cansa él o me canso yo. Y sigue durmiendo. No es tonto, no.

Pero sólo se mueve por su propio interés: un paseo por el parque, la comida a sus horas y el resto del tiempo, dormir. ¿Haría otra cosa si tuviera inteligecia…?

En fin.

LaAlquimista

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