domingo, 11 de octubre de 2015

Hay que saber sacar las garras


 

La Naturaleza, en su sabiduría inequívoca, ha dotado a cada especie  de los instrumentos de defensa y protección para preservación de su habitat y la supervivencia individual. Eso lo aceptamos fácilmente, no nos crea incertidumbre ni reconcomio, sobre todo cuando visionamos los documentales de la 2.

Otra cosa es cuando hay que aplicar el cuento a las relaciones humanas; ahí casi todos miramos hacia otro lado porque no sabemos a ciencia cierta por qué lo que es correcto en unas circunstancias no lo es en otras y nos quedamos pensativos –y no todos y no siempre- buscando la forma adecuada de utilizar nuestras “armas”.

Garras afiladas no tenemos –aunque algunas mujeres sí que han descubierto que con las uñas pueden hacer mucho daño físico-, ni colmillos para morder yugulares; nuestra arma defensora es precisamente lo que nos distingue de los animales: la palabra.

Con ella podemos matar; o ayudar a vivir. O defender el territorio. Que no es poco.

Esas “garras” mortíferas nos han enseñado a atemperarlas, a ocultarlas incluso, desde la más tierna infancia. Empezando por el “eso no se dice”, siguiendo con el “de eso no se habla”, para terminar con el “cállate la boca”. Amordazar la palabra significa amordazar el pensamiento y con el uso y abuso de tamaña artimaña puede acabar el ser humano desprovisto de sus defensas y vulnerable a los ataques de sus congéneres, que de eso se trata precisamente, de destruir las defensas del otro para someterlo con las armas propias.

Callar, lo que se dice callar, no ha sido mi costumbre por más que se empeñaron en intentarlo de muy diversas maneras. Desde el “sordabirón torero” que me soltaban en casa, hasta los castigos continuados que me regalaban en el colegio. Ya de mayor también intentaron hacerme callar, pero con métodos más sutiles aunque igual de expeditivos, -si bien se tropezaron con mi “palabra” de frente y dejaron de ser efectivos.

¡Cuántas veces no me advirtieron mis padres de los beneficios de callar!
–“Si no te callas puedes perder tu trabajo”. “Si hablas demasiado la gente te dará la espalda”. “Mejor callar sobre ese tema y hacer como si nada…”.

Mordazas y más mordazas. Y no terminan con la edad adulta, no, todavía hoy en día se siguen pretendiendo utilizar para que no se digan cosas inconvenientes, para acallar las verdades que duelen, obviar las realidades que son y someter al que no tiene fuerza para sacar las garras.

Hace ya muchísimos años que no me callo nada. Mi biografía está ausente de silencios incómodos o cobardes y utilizo mis herramientas de defensa tantas veces como es necesario. La palabra es la mayor arma que tenemos para defender el pensamiento, con la palabra mantenemos incólume la propia dignidad y con ella indicamos al resto de la “manada” que somos capaces de defendernos.

La palabra que surge y la palabra que se oculta. Porque el silencio es también un arma letal. Y si no que se lo digan a quienes lo tienen que padecer como expresión de desprecio.

Nos hemos auto-domesticado en exceso con tanto savoir faire y el invento de lo políticamente correcto. Que antes, cuando alguien nos faltaba al respeto bien que le poníamos en su sitio con cuatro frases bien dichas y ahora…parece que hay que agachar la testuz y dejar que caiga encima de la nuca la lluvia envenenada.

Nos hemos acostumbrado a “soportar” la verborrea de quienes supuestamente nos quieren, precisamente por eso, porque creemos que nos quieren, aunque con sus palabras demuestren lo contrario. Y callamos. ¡Cómo vas a DECIR lo que realmente piensas, aunque sea en defensa propia! Y se rumia por dentro la rabia y se favorece la inquina que luego es la que todo lo fagocita y el cuerpo se enferma porque no puede hacer otra cosa con todo el veneno acumulado.

En fin.

Laalquimista

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