Le llamamos milagro por ser un suceso extraordinario y maravilloso, no porque exista una intervención divina, -que los dioses, caso de haberlos, seguro que están ocupados en vender armas para que los paraísos y los infiernos sigan teniendo buena entrada- sino porque cuanto de bueno tiene el ser humano aflora a la superficie irremediablemente. Le llamo milagro porque el alma florece y la esencia despierta y donde antes había dos seres humanos atribulados, aunque alegres de estar vivos, ahora hay un equipo que trabaja por un proyecto vital en común.
Pero no hablo de mí, -¡qué más quisiera yo que ser tocada por la varita mágica del amor una vez más!- sino de las parejas bien avenidas que conozco, que no son pocas… Historias de amores que merecerían ser contadas, amores que no se repiten –porque todo amor es único en sí mismo-, situaciones rocambolescas o más de andar por casa, pero todas ellas con un denominador común: el amor por la vida, por la libertad, el amor con dignidad, con respeto. Como solamente puede ser para dar sentido a la existencia de quien lo lleva en su interior.
Amor de pareja, amor con pasado y con futuro, amores de distinto sexo o del mismo, amores con suerte de haberse encontrado y reconocido y apostado por un proyecto compartido. Les conozco personalmente y son gente extraordinaria (como su amor); gente capaz de verse en el otro y de no perderse de vista a sí mismos, mujeres y hombres que, sabiendo que esa persona que está a su lado es la que les conviene para acompañar su desarrollo personal (o por decirlo sencillamente, la mujer de su vida, el hombre de su vida), no cometen el error de hacer de su encuentro una lucha de poder, un pulso de hierro, una escombrera donde arrojar los desechos de otros amores, sino que trabajan individualmente su parcela afectiva para el bien personal y, por ende, el beneficio común.
No todos son jóvenes; también los hay de mi edad que llevan toda una vida (o unos cuantos lustros) reconociéndose en los ojos del otro a pesar de los vaivenes. Están quienes amaron una vez y el viento les llevó la alegría en muchas madrugadas de llanto y han sabido secarse las lágrimas y reinventarse volviendo a amar cuando la oportunidad les ha alcanzado –esa orgullosa oportunidad que si no le abres la puerta vuelve el rostro, enfadada, y quizás no vuelva a llamar-; están los que siguen creyendo en el amor a pesar de que no todos los que tuvieron florecieron porque hay heladas de un invierno que pesan más que una losa…
Me paro a observar a la gente de mi entorno y voy contando con los dedos y salen muchas mujeres y hombres enamorados que seguramente sueñan con traspasar el límite sutil del prado de flores del enamoramiento al campo de labranza de la gran cosecha del amor. Están cerca, muy cerca, -mis hijas que aman porque saben amar, mis amigas que aman y son amadas-, compartiéndome su alegría por el milagro, quizás para que yo misma no tire la toalla y esté alerta, porque ¿de qué sirve vivir si no somos capaces de amar?
En fin.
http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50/
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