domingo, 11 de enero de 2015

Crecimiento personal. "El resentimiento enferma"



Si echo la vista atrás e intento acordarme de todo el daño que he tenido que soportar a lo largo de más de cincuenta años me entra un mareo súbito, como un bajonazo de tensión que me deja traspuesta. Es la defensa de mi cuerpo, el aviso inconfundible de que voy a cometer una tontería que voy a pagar a precio de doblón, y me dice: “no lo hagas, no vale la pena”. Entonces respiro hondo y fijo mi atención en otra cosa; por ejemplo, miro las bonitas plantas que me ha regalado alguien que me quiere o hago por escuchar una voz amable en mi corazón.

Porque vivir sentada encima de los agravios recibidos y volverlos a sacar una y otra vez, no perdonando nunca, sintiendo –recurrentemente- el malestar pasado y actualizándolo para que no se quede obsoleto es una práctica muy común entre las personas que han dejado que su corazón se endurezca.

Estoy segura de que todo el mundo tiene una lista de ofensas horribles en su haber, pero no solamente las que se han recibido de los otros, sino que habría que recordar las que nosotros mismos hemos inferido a los demás. No siempre se puede ir de víctima en la vida; alguna vez también habremos sido verdugos. De eso no se libra nadie.

Diciendo esto parece que me apropio del tercer papel posible: el de la persona salvadora que media entre el que agrede y el que es agredido y acaba llevándose la leña. Puede ser. Una, que ya ha hecho tanto de hada mala como de bruja buena en esta vida, sabe que es más divertido ir cambiando de rol que enquistarse en el mismo –casi siempre predestinado por condicionamientos familiares y sociales- aunque se nos olvide de vez en cuando el texto y tengamos que meter alguna “morcilla”.

Cuando el espíritu está en paz y el corazón late acompasado, el cuerpo agarra ese buen ritmo y cumple su función en el triángulo perfecto del equilibrio emocional: deja de enfermar. Y se acaban los dolores de cabeza, los ardores de estómago, la tensión fuera de sitio y tantos y tantos males cuyo origen es la mayoría de las veces psicosomático. No perdonar provoca resentimiento. No olvidar, también. Entre el perdón y el olvido está algo parecido a la felicidad. O eso creo yo.

En fin.
http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50/

LaAlquimista

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