lunes, 8 de diciembre de 2014

De qué se avergüenzan las familias



Cada familia, cada grupo sigue sus propias normas aunque no sepa demasiado bien quién las dictó o en qué siglo; pero están ahí –las normas tácitas, no escritas, pero vigentes- y ¡ay de aquel que intente saltárselas impunemente!. Y digo impunemente, porque está considerada la insumisión, pero no exenta de castigo. En los grupos familiares, clanes o tribus, lo más habitual con el díscolo suele ser condenarlo al ostracismo previo público vilipendio. Apearlo del testamento o expulsarlo de casa también se sigue estilando. Pero vayamos directos al asunto.

Hubo un tiempo en que el oprobio mayor posible para una familia decente era que una hija “se desgraciara” quedándose embarazada fuera del matrimonio. Lo correcto socialmente entonces –del aborto ni hablamos- era echarla de casa y que se las apañara como pudiera.

Hubo un tiempo en que el segundo oprobio mayor posible para una familia decente era que un hijo se reconociera homosexual y no lo ocultara ni a propios ni a extraños. Lo correcto socialmente entonces ya no se sabía muy bien lo que era, pero –por si acaso- se le estigmatizaba y apartaba del entorno familiar…si venía con su pareja.

Situaciones ridículas, estúpidas e insostenibles que, hoy en día, siguen dándose entre personas que, -aparentemente- dicen tener una mente abierta, pero que en lo personal y a la hora de comer siguen esgrimiendo comportamientos cerriles, discriminando, enjuiciando y, sin rubor alguno, condenando a quien tiene por naturaleza una opción sexual diferente a la suya.

Y no hablo por hablar. No hace demasiado tiempo tuve que escuchar a alguien cercano decir la siguiente frase: “A mí me sale un hijo maricón…!y lo pongo de patitas en la calle!” (Salvadores como éste no faltarán, no).

Hablamos de evolución, de sociedad adelantada, de progreso en lo tecnológico y avances en la medicina; se soporta que las costumbres se relajen, pero ¡ojo! sólo hasta un cierto punto, faltaría más. Y si te toca una “desgracia” de esas, pues se oculta todo lo posible, que no estemos en boca de toda la gente, siendo vergüenza y hazmerreír del entorno social en el que, si no nos sentimos aceptados, parece que no se puede ser feliz.

¿Cómo es posible que en pleno año 2014, en una ciudad cosmopolita como San Sebastián, se siga excluyendo del panorama familiar a una persona homosexual…precisamente por eso, por ser homosexual? Si fuera en lo público, esa familia tan conservadora, tan pendiente del qué dirán y de su propia vergüenza, estaría simplemente infringiendo la Ley. La Ley del hombre dice que no se puede discriminar a nadie en razón de su inclinación sexual (Inclusión de la prohibición de discriminación por orientación sexual, en el Artículo 14 CE de la Constitución Europea). La Ley divina dice que “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, pero la Iglesia le ha añadido una coletilla no escrita que dice: “siempre que no sea una vergüenza para ti y los tuyos”.

Y así tan tranquilos, se siguen paseando por misas y/o rosarios, por las hermosas avenidas de la ciudad con la conciencia bien tranquila quienes discriminan, condenan, alejan del entorno socio-familiar a quien “no está bien visto”. Si hablara de, no sé, por decir una barbaridad, gente inculta, vulgar, marginada o simplemente en lo más bajo de la escala social, igual –y digo sólo “igual”- podría comprender parte del dislate. Pero que estas actitudes se sigan dando entre gente socialmente bien considerada, a la que se le acredita cultura, información, comprensión, solidaridad y puesta al día en conceptos ético-morales de aceptación de la diferencia, hace que se me lleven todos los demonios.

¡Qué rabia me da que esto pase en la puerta de al lado! ¡Cómo me indigno al conocer –de primera mano- el sufrimiento absurdo que se inflinge a unas personas decentes, honradas, generosas y bellísimas, únicamente porque los dos llevan patucos azules! No me da la gana de callarme, aunque luego me indisponga con algunas gentes de buen pensar, que para mí dejan de tener valor si no demuestran, además, buen hacer y buen corazón.

Quizás no nos quede otra que enfrentarnos a la realidad. No siendo ésta otra que la de encontrarnos en nuestro propio entorno con personas dominadas por los prejuicios, subyugadas al pensamiento del más fuerte y que, por encima del bien emocional de quienes aman, antepongan siempre su propia cobardía. Quizás no nos quede otra que seguir viviendo…prescindiendo de ellos.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:


 
*Dedicado a mis queridos amigos A. y P.

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