Este año que va a terminar en su fecha prevista –el 31, como siempre y no según la moda maya- me he propuesto no hacer lista de propósitos; más que nada porque me parece un despropósito total y absoluto ir en contra de mis propios deseos inventándome otros que, en el fondo, sé perfectamente que no van a vivir más que una mariposa de colores: una vida hermosa, efímera y sin sentido. Pero sí que voy a proponer aquí algo mucho más interesante (y práctico, beneficioso y mucho más sencillo y barato) Y ya no juego más con las palabras.
¿Por qué esa manía de querer cambiar nuestra vida cada primero de Enero obligándonos a desechar viejos y amados vicios? ¿Es que necesitamos de verdad aprender inglés, adelgazar cinco kilos, dejar de fumar o hacer méritos para el infarto de miocardio corriendo como locos durante una hora al día? Todo eso no son más que leyendas urbanas, clichés absurdos con los que llenar huecos en los periódicos, espacios en blanco en la programación de radios y televisiones y sobremesas familiares aburridas.
Yo soy mucho más pragmática y –por supuesto- eficaz. ¡A ver quién me lo niega! Y animo a toda persona que quiera sentirse satisfecha de sí misma introduciendo algún cambio benéfico para celebrar la inauguración del nuevo año a que lleve a cabo una buena limpieza en su propia vida.
Empezaremos por lo más cercano y difícil: la familia. Son como las alfombras de la casa, están para pisarlas y se van ensuciando, pero limpiarlas es arduo y caro y, casi siempre, se deja que la porquería se vaya incrustando en ellas hasta que ya resulta desagradable e insoportable. Aunque cueste mucho, hay que hacerlo, porque están ahí, en mitad del pasillo o del salón, o –peor aún- al pie de la cama y su influencia y poder modifica toda nuestra vida y sobre todo nuestra salud. Algunas relaciones soportarán una buena limpieza; otras habrá que tirarlas literalmente a la basura; hay manchas que no salen con agua caliente y menos si son viejas de años y están incrustadas en el alma. Hay familias/moquetas viejas y familias/parquets relucientes. No confundir nunca.
Después nos podemos dedicar a las relaciones de amistad y/o de amor. Ver cuáles son auténticas y cuáles son de mondondanga; es decir, las que nos aportan generosidad, tranquilidad, confianza y sosiego y aquellas otras que nos inquietan, desestabilizan, incordian y molestan. Las cortinas son un buen símil en este caso porque algunas son necesarias y otras tan sólo están de adorno, cogiendo polvo y pretendiendo decorar la estancia cuando en realidad lo único que hacen es recordarnos que alguna vez, en otra época, nos parecieron hermosas y acogedoras y ahora no son más que un trasto que cuelga del techo y que siempre estamos pensando en quitar, porque lo que se dice limpiar es casi imposible. Inclúyase en este apartado “lo que puedo haber sido y no fue” y, sobre todo, lo que fue y ya no es. Que los Juzgados abren el dos de Enero…
El tercer paso a seguir, en este frenesí liberador de porquería acumulada durante el año que termina, (o desde lustros atrás) habría que incluir el entorno laboral, profesional o de compañeros de estudios o de deportes. Ese grupo heterogéneo donde anidan los colegas y los conocidos “en general”. Ahí es mucho más difícil limpiar (cribar) porque siempre tendremos miedo a “quedar mal” o a desprendernos de alguna relación interesada. ¡Que no haya temor, aunque pensemos que se nos va a ir la mano! ¡A por ellos! Son muebles que hay que mover de su sitio y limpiar debajo, detrás, en los recovecos, donde anidan polillas, larvas, porquería inclasificable, pero porquería al fin y al cabo.
Son esas relaciones “de compromiso” que se mantienen por si acaso, o porque sí, sin sustancia, ni cariño, ni mucho menos amor alguno. Al jefe se le mira desde lejos –por ver de dónde vendrá el golpe o el ERE-, pero no se le ríen las gracias; al colega insoportable, felón y envidioso, ni agua y mucho menos pagarle ni un café de la máquina. A la compañera que nos consta nos pone a parir por detrás, se acabó el preguntarle por la salud de su madre ingresada en el hospital. Al vecino que saca la basura a nuestra puerta porque huele mal en su casa, nada de sonrisas de circunstancias por aquello de la buena vecindad; al camarero del bar que siempre nos atiende de morros, lavárselos también. Limpieza total y absoluta con plumero, trapos, fregona, aspirador y mucho brío. Cansado será, pero los resultados espectaculares.
He dejado para el final el ejercicio de limpieza más importante: el interior. Una vez desembarazada nuestra vida de “polvos y lodos” ajenos, en un entorno limpio, sin energías negativas y en la paz necesaria para el trabajo a acometer, nos miraremos al interior y procederemos al último paso de la limpieza fin de año. Cada uno sabrá qué debe limpiar de su corazón, pero lo más habitual suelen ser: rencores viejos, rabias contenidas y reproches sin digerir. Esta basura espiritual no puede ser volcada sobre ninguna otra persona ni depositada en ningún contenedor. Es un trabajo personal duro y doloroso que exige condiciones especiales para ser llevado a cabo. Quizás en el silencio de la casa recién limpia, quizás en un entorno de la naturaleza donde nos sintamos en paz, quizás en un templo que sea sagrado para nosotros y donde podamos vaciarnos…
Limpieza general fin de año. Y …!Que aprendan español los ingleses!
En fin.
LaAlquimista
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