La palabra “pobreza” está desde siempre en el diccionario; pero la hemos utilizado –demasiadas veces- aplicada al prójimo más bien lejano, ya sea en el tiempo o en la geografía. Sin embargo, se está convirtiendo en un vocablo de indeseada, rabiosa y cercana actualidad. Los “pobres” ya no son de otro país ni viven lejos de nosotros; ahora están aquí mismo, en la puerta de al lado o incluso en nuestra propia casa.
Sorprende que políticos y medios de comunicación hablen con naturalidad de ese estado en el que, por lo menos desde hace bastantes años, todos hubiéramos jurado que nunca más íbamos a caer. Pero la vida da muchas vueltas y el círculo se va cerrando y si pobres fuimos alguna vez, pobres volveremos a ser dentro de poco.
Analizar los motivos del cambio de situación, del retroceso o involución, ya lo han hecho los demás ad nauseam; así que a mí no me queda más que hacer mi pequeña reflexión sobre la pobreza que nos invade.
Si alguna vez fuimos ricos en valores, si alguna vez utilizamos nuestra fuerza en intentar construir un mundo mejor que el que teníamos, si alguna vez fuimos capaces de luchar para que volviera a reinar en el mundo la equidad, la honestidad, la solidaridad y la justicia, o hemos perdido la memoria o hemos perdido el interés.
Y nos hemos vuelto pobres de espíritu, decepcionados del mundo y de nosotros mismos, carentes del más mínimo interés en volver a ser lo que alguna vez fuimos –los que lo fuimos-, tan sólo interesados en no perder el norte económico, hablando de un bienestar que se cifra en números en la cuenta y dinero en el bolsillo, temerosos de que nos quiten el colchón sobre el que tan “ricamente” hemos estado durmiendo durante varias décadas.
Así es como nos hemos vuelto pobres espirituales, que es una pobreza tan lacerante para una sociedad acomodada como la pobreza material para quien la padece. Todo el mundo habla ahora de dinero, de prestaciones, de lo que ha perdido o de lo que teme perder, permutando lo que otrora hubo dentro de su corazón por lo que ahora hay en su bolsillo.
Es pobreza espiritual la que padecemos actualmente; una carencia de valores humanos, morales, éticos y espirituales que nos están abocando a una involución en nuestra condición y esencia de personas-humanas.
Es la pobreza espiritual la que nos está cercando, de forma sibilina, escondida detrás de esas otras carencias –las materiales- que dejamos que nos pesen como piedras en vez de utilizarlas para crecer como personas. Sí, ya sé que es muy fácil hablar de “valores” cuando se llega decentemente a fin de mes sin tener que pedir nada a nadie; sí ya sé que es muy cómodo echar discursitos sobre espiritualidad y zarandajas varias cuando no hay preocupación en la vida por el día a día personal y el de mis hijas, pero no obstante es preciso hacerlo. Es necesario encontrar un pequeño huequecillo para pararse, silenciar el bullicio mental y darse cuenta de que, como sigamos así, acabaremos siendo aquellos famosos “pobres de espíritu” de las bienaventuranzas.
Igual es que tenemos que volver a nuestros “gurus” de antaño: a Juan Salvador Gaviota, al Principito, Siddartha, Ghandi, a la Madre Teresa o a Amma, la hermosa hindú que inunda su vida –y al mundo- de abrazos. Igual es que tenemos que dejar de ser tan materialistas y regalarnos en lo que tenemos en nuestro corazón. Hoy lunes, es un día tan bueno como cualquier otro para pararnos a reflexionar sobre nuestra auténtica “pobreza”.
En fin.
LaAlquimista
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