miércoles, 3 de diciembre de 2014

¡Qué poco aguantáis ahora!


 
Felisa tiene treinta y cinco años y lleva un año casada con Juan. Si se ha casado “tan tarde” –como dicen en su casa- es porque el desarrollo de su profesión le puso en la encrucijada de elegir y rechazar (como es labor de toda encrucijada) y optó por su labor de médico pediatra hasta que conoció a Juan y el amor desbancó cualquier otro interés. También influyó el hecho de que todo el mundo le recordaba que “se le estaba pasando el arroz” y esas crueldades que se dicen supuestamente por el bien de la mujer.

Juan cumplirá los cuarenta cerca de Navidad y nació siendo ya hijo único; mimado y consentido desde la cuna por su madre –que supo que no podría tener más hijos- ha vivido con la satisfacción que da el saber que el mundo gira alrededor del propio ombligo. Por supuesto que la culpa la tiene por igual su madre y su padre, pero ha sido ésta quien más ha colaborado para hacer de su niñito un hombre pequeñito. Trabaja en un banco atendiendo al público con una licenciatura enmarcada en la pared de la sala, pero ni es ambicioso ni le preocupa. Si se ha casado tan tarde es porque las pocas novias que tuvo no cuajaron –ni pasaron la criba materna- y le dejaron en cuanto vieron el percal, pero con Felisa ha tenido suerte porque es dócil y poco exigente.

Como lo que ocurre en la alcoba pertenece al mundo hermético del matrimonio y de puertas para afuera Felisa y Juan parecen bien avenidos, la sorpresa es grande cuando ella, al poco de cumplirse el primer aniversario de boda, presenta una demanda de separación. Arropada por una amiga y confidente, se atreve por fin a dar marcha atrás al error que cometió casándose con un hombre inadecuado para cualquier mujer, no solamente para ella. Y aconsejada por un psicoterapeuta que forma parte de su círculo de amistades, se libera de la angustia acumulada durante los tres años pasados al lado de un hombre que confunde el amor con la posesión y que está convencido de que su mujer es “SUYA” en el sentido literal de la palabra.

La que peor lo lleva es la suegra que ve que su hijo del alma es rechazado y expuesto a la picota familiar y del círculo de amistades por culpa de una mujer que –ya lo dijo ella- “no le convenía”. Felisa desgrana una a una las humillaciones sufridas en público y en privado: esos “cállate que tú no sabes nada”, esos “aquí se hace lo que yo digo y punto” y sobre todo los “agradecida tenías que estar…” Porque realmente Juan está convencido de que él ha sido “el salvador” de Felisa, el “chevalier servant” que ha librado a la solterona en ciernes de su destino, elevándola de categoría al poder entrar de su mano en el feliz reino de las mujeres casadas.

A cambio le exige –le ha intentado exigir- una sexualidad abyecta que ella rechaza y en la que él insiste escudándose en “el débito matrimonial” y queriéndose amparar en el “si me quieres, demuéstramelo”… Y como ella ni puede ni quiere, él se toma cumplida venganza: un día le vacía por el lavabo su perfume favorito y al siguiente –concienzudamente y con las tijeritas de las uñas- le hace una docena de pequeños agujeros al vestido nuevo. La comida que ella compra va directamente a la basura y si guisa algo él lo tira por el váter. Pequeñas agresiones –un pellizco a traición, un empujón en el pasillo- que no dejan marcas físicas; luego fue el agarrarla del cuello y mirarla a los ojos fijamente para que entendiera quién mandaba allí… Y sobre todo, en la cama, cuando la resistencia de ella deriva en pelea auténtica en la que él no puede ganar porque ella es fuerte y grande y se resiste como una leona.

¿Qué ha ocurrido para que el amor se volviera desprecio? Juan no quiere tener hijos, nunca ha querido, pero temeroso de hacerse una vasectomía deriva su sexualidad hacia prácticas que impiden un embarazo por fortuito que sea. Felisa quiere tener hijos y se engaña a sí misma ante la realidad que se le presenta; ella es responsable de la situación y de haberla propiciado.

Todas estas miserias salieron a la luz a partir de la demanda de separación y el veredicto de la suegra fue lapidario: “!qué poco aguantáis ahora!” –dijo, cerrando filas alrededor de su incomprendido hijo… “En mis tiempos éramos señoras que soportábamos en silencio hasta el final…”

En fin.

* Basado en hechos reales con personajes inventados.
http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50/

LaAlquimista

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