Estoy leyendo, una vez más, a francés Daniel Pennac. Es un escritor que me gusta por lo irreverente de sus personajes (Familia Malaussène) y lo indecente de sus formas. Esta vez he elegido “Diario de un cuerpo” que es, con bastante exactitud, fiel al título.
Nuestro cuerpo, ese gran desconocido. Desde que comenzamos a explorarlo instintivamente siendo bebés, hasta las espeleologías exhaustivas de la pre-adolescencia, para llegar a una juventud en la que dejó de interesarnos su funcionamiento para instalarnos en su simple adoración. De ahí se pega un triple salto mortal hasta que comienzan las miserias de las primeras “goteras” y se instala en la decadencia. Es entonces cuando el ser humano se hace especialista en sus propias enfermedades.
Pennac habla de lo que no habla nadie porque es de mala educación; de secreciones líquidas y de las otras, de espasmos estomacales, de irreverencias intestinales, de conciertos para trompa y fagot. Es decir, se vuelve “vulgar” hablando de sí mismo, de ti, de mí, de todos. Se desnuda de eufemismos y habla de los mocos que son compañeros de tantos momentos inefables del ser humano: en las tardes de lectura, en las esperas en los semáforos…alimento incluso de “gourmets”. Pennac cuenta las cosas como son en realidad, no como él las ve. Y me produce profunda reflexión una obra que no pretende ser un ensayo ni tratado sobre nada sino una novela más de las suyas, que tanto dinero y éxito le dan en Francia.
El cuerpo de la mujer, el cuerpo del hombre. Recipiente de vida, de humores que no hacen reir sino estremecerse. Manantial eterno de tabúes donde los haya. ¿Os han explicado a los chicos por qué el esperma forma parte de vuestra vida como la sangre de la vida de las chicas? ¿Da asco todo esto? ¿Es siquiera necesario hablar de ello?
Pero el cuerpo está aquí, más presente que nada en nuestra vida, al alcance de nuestras manos –para descubrirlo, acariciarlo, disfrutarlo o estigmatizarlo y estropearlo con prejuicios y malas costumbres. Ese cuerpo que tantas mujeres han destrozado a lo largo de los siglos impidiéndole respirar, ocultando sus demandas, desoyendo sus deseos y necesidades.
Ese cuerpo que tiene una próstata que obliga a tantos hombres a llevar un drenaje atado a la pierna por debajo del pantalón, ese cuerpo que dejará de funcionar como un reloj a partir de cierta edad ofreciendo el abanico más completo de miserias decadentes que se pueda imaginar.
Viajamos EN nuestro cuerpo como cuando viajamos en tren o en avión; sin interesarnos apenas por su funcionamiento, su maquinaria o sus posibilidades. Tan sólo esperamos que nos lleve a nuestro destino con las menores molestias posibles, como si fuéramos pequeños dioses con derecho a todo, o mejor dicho, exentos de toda tacha, lacra o deterioro.
El cuerpo, mi cuerpo, que se hincha por las noches y duerme con sobresaltos; los pies que se han ido deformando en tantos años de pisar la vida, esas varices que se ocultan tras medias y pantalones. Los vientres deformados por la ingesta de veneno con sabor rico, un escenario viejo y pasado de moda que camufla en su backstage toda una serie de posibilidades malignas. Pulmones ennegrecidos, hígados envenenados, riñones constreñidos. La sección “cañerías” con desagües obturados o llenos de agujeros. En definitiva, algo normal y corriente.
El cuerpo nace, se desarrolla y muere. Dejémosle hacer su camino sin interferir con mala intención en el mismo, pero sobre todo démosle los mayores mimos posibles cuando comience a demandarlos; como un bebé que llora y se le atiende. No nos queda otra.
En fin.
LaAlquimista
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