domingo, 7 de diciembre de 2014

Lejos del mundanal ruido


 

La nave de la iglesia está en penumbra y sin embargo caldeada; guarda todavía entre sus piedras el calor que las ha castigado durante un verano cruel, como todos por estas tierras. La semi-oscuridad se acompasa al silencio circundante que se ve roto por las sombras blancas que, sin anunciarse, se deslizan junto a las paredes ocupando sus sitiales ancestrales; son sus pies un quedo arrastrar del día que toca a su fin en la hora de “Completas”.
 
 

La verja que separa a los monjes del resto del mundo se abre y permite acercarse lo suficiente para sentir y compartir.

El pequeño órgano comienza a desgranar sus notas de otro siglo y el alma y la mente se enredan en este viaje relámpago al pasado; es inevitable sentir un estremecimiento cuando las voces de los monjes rompen el susurro inicial para adentrarse en el canto diáfano. El tiempo se detiene no como figura retórica sino siendo realidad incontestable.  Las luces se encienden ahora, formando parte de esta experiencia religiosa a la que he sido invitada a asistir y en la que puedo, si así lo deseo, adentrarme con los ojos cerrados y el corazón abierto.

 

No, no es el último montaje teatral que arrasa en un escenario. Es, simplemente, lo que parece ser: un tiempo cotidiano, divino y mortal a la vez de la vida de los monjes cistercienses en un monasterio.

 

Con ganas de parar la vida y detenerme a sentir he venido hasta aquí, al Monasterio de Santa María de La Oliva en Carcastillo, Navarra, para sumergirme en el espacio recogido y silencioso que los monjes ofrecen. Cuatro días con sus cuatro noches en un recinto de piedras que callan por no molestar, pero que guardan sus historias de gritos y silencios que el profano tan sólo puede imaginar o rebuscar en su historia secular. Sin conexión a Internet ni teléfono móvil -huelga añadir que tampoco hay televisión- el mundo seguirá girando pero yo no me enteraré de quién ha fallecido ni si se declara una nueva guerra. Esta renuncia temporal -muy poco temporal porque si no lo fuera daría miedo planteársela- me fuerza a cumplir mi compromiso de silencio exterior e interior,  asistir a los oficios religiosos y colaborar en las tareas cotidianas en una pequeña parte.

 

Aquí no se viene a pasar el tiempo sino a dejar que el tiempo pase a través de uno mismo con cuentagotas porque no hay nada mejor que hacer que escucharse y afinar la mente y el oído interior para distinguir el lamento que está oculto y que, alguna vez tenía que ser, pugna por salir. Penas o glorias personales, intrincadas miserias o sueños abortados, tanto da. El claustro, el jardín y los bancos de piedra son únicamente un decorado para la obra que está a punto de salir a la luz desde el escenario interior. Protagonista total y absoluto: tú.


 

Ocupar una celda monacal -adecuada a las necesidades de comodidad de quien no tiene voto alguno sobre el cuerpo y muy pocos sobre el alma-, dormir entre las cuatro paredes que han escuchado oraciones desde tiempo inmemorial, dejando que el espíritu se impregne de esta energía -que intuyo y deseo positiva-, es una experiencia que por primera vez estreno a mis más de cincuenta años.

 

No es tan sobrecogedor como dejarse caer al vacío desde cien metros en una atracción de feria, pero sí mucho más impactante para esa parte del corazón que sirve para algo más que para bombear sangre al resto del cuerpo. Ese rinconcillo que sabe de emociones y de sentires un poco inefables que todos protegemos y que tan poco proclives somos a compartir. Es lógico, por otra parte, estamos domesticados para callar y ocultar.

 

Despertar en mitad de la noche, transitar un jardín fantasmagórico y entrar por la portada románica bajo la luna inmensa para acudir al oficio de “Vigilias” a las 04.30 de la mañana. El sueño flotando con el sueño de los monjes cantores, que también estarán en su propia duermevela activa, los silencios, pausados, pautados, obligados. Meditación o alucinación.

 

Volver a la cama, porque no son horas de otra cosa, y fundirse de nuevo en esa nada sin nombre hasta la llamada a “Laudes”. Son las 7 de la mañana. El rocío matutino impregna de humedad los pasos tenues al son de la tenue campana que anuncia su llamada.

 “Tercia” será a las 08.15h.o a las 10 -según sea laborable o festivo- con el  des-ayuno en medio, monacal y austero, pan del día anterior tostado y galletas de las que comen los abuelos y café con leche, suficiente para  reforzar el cuerpo y pasearlo varios kilómetros en cualquier dirección que apetezca -Las Bardenas al frente, el río Aragón a un lado, Carcastillo y Mélida alrededor.

 

El oficio de “Sexta” hace su llamada justo antes de comer a las 13.45h. -esa comida de convento o monasterio que no sabe de equilibrio dietético pero que abunda y ayuda al cuerpo a mantenerse en la opción elegida esta vez, que es el Oficio de la hora “Nona” justo después de comer y antes de la siesta o paseo, ambos en silencio para que sientan como tienen que sentar: bien.

 

Las “Vísperas” a las 6 y media,  son preciosas, todo hay que decirlo. Queda tiempo todavía para seguir “haciendo nada” hasta la hora de la cena -que es a la hora en que sólo los franceses o los monjes cenan. Después de la ingesta innecesaria de alimentos, los pasos nos vuelven a llevar a la iglesia. El oficio de  “Completas” y su Salve prepara el cuerpo y el ánimo para la negrura de la noche que ya no va siendo la del alma.

 

No he podido -ni deseado- hacer un “Carnet de Voyage” de este recorrido por el interior de mí misma que ha sido mucho más que un viaje.

 

El viaje al silencio lejos del mundanal ruido es un itinerario de lujo para viajeros privilegiados. No he llegado a ninguna conclusión porque mi mente ha estado ausente de pensamientos o casi. Las conversaciones con mis compañeros de viaje han sido cortas y precisas; ha habido más sonrisas que palabras y me vuelvo a reafirmar en que es una de las mejores formas de comunicarse y de hacerse entender (y querer).
 
 

 Me he limitado a sentir(me) en el entorno natural, a disfrutar de horas al sol en el jardín solitario y pasear persiguiendo el juego de nubes del horizonte.

Que cada cual juzgue como quiera lo que quiera; o que no juzgue, que piense. Por lo menos eso: que piense.

En fin. 

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com

Fotos: C.Casado.

 
Puente de la Constitución 2012

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