Estos últimos días he escuchado en boca de no pocas personas una frase que me sigue chirriando por dentro: “odio la Navidad”. O referirse a esta época adjetivándola con un deje agrio, “las p…. navidades” y lindezas por el estilo. Entiendo perfectamente –y siento empatía - con las personas que echan en falta a sus seres queridos que ya no están con ellos; la muerte sigue siendo suficiente excusa para casi todo en esta vida. También puedo entender que las ganas de celebración se vayan por el desagüe si el paro llama a la puerta o la enfermedad se agazapa detrás del resultado de unos análisis o nos mira desde la cama de un hospital.
Por eso, cuando escucho -¿alguien no lo ha escuchado?- ese “odio la Navidad”- tengo que preguntar el porqué para no hacerme una idea equivocada de la situación de quien así se expresa. Las respuestas abarcan parecido abanico de grises y negros con algunos destellos verdes fosforitos, pero casi siempre giran en torno a la obligación de tener que juntarse con personas de la familia con las que no se tiene apenas trato el resto del año. Unas fechas de obligado compromiso al que es difícil sustraerse so pena de enfadar, molestar o entristecer a quienes organizan el evento en su mesa.
Otra idea muy extendida es la de desear que el calendario pegue un salto desde el veintitrés de Diciembre hasta el siete de Enero, así, por arte de birlibirloque, soltarle una dentellada al tiempo y poder seguir con la vida rutinaria, tranquila, sin sobresaltos ni amarguras, sin broncas ni incomodidades, sin digestiones pesadas ni rencores regurgitados por mor del exceso de alcohol (de poca calidad, casi siempre).
Bueno, pues yo no lo veo tan difícil, de verdad, -les digo a mis interlocutores-, ¿acaso no somos seres humanos libres y dueños de nuestros actos? ¿Qué importancia tiene si en vez de acudir a festejos que nos incomodan nos quedamos tranquilamente en nuestra casa sin despreciar a nadie y explicando que preferimos hacerlo así? ¿Por qué hay que considerar “raritos” a quienes no participan del jolgorio común por razones –claras u oscuras, pero suyas- que a nadie sino a ellos mismos competen?
Yo no celebro el día de Navidad ni el de Año Nuevo desde hace muchísimos años y nadie me odia por ello ni me ha salido un salpullido. Me quedo tranquilamente en mi casa –o donde se tercie- como un día festivo más. Me como mis verduritas -para compensar los excesos de la víspera- y aprovecho para tomar el aire mientras la gente va con paquetes o con ojeras a empapuzarse de comida otra vez. Pero no lanzo un mensaje negativo sobre unas fiestas, unos días que son muy importantes para muchísimas personas que los sienten en el fondo de su corazón como una época de unión, amor, paz y turrón del duro y del blando.
También me planteo si quienes “odian” estas fechas no están odiando “por fiesta interpuesta” su propia soledad, la lejanía que han propiciado de quienes una vez les amaron, el reconcomio de no querer a nadie lo suficiente o, simplemente, la profunda tristeza que anida en sus corazones por no ser ni siquiera un poco felices. Esas personas puede que odien la Navidad porque constaten más que nunca su propia realidad y al no aceptarla se revuelvan contra la alegría de los demás. Muy humano también.
También me planteo si quienes “odian” estas fechas no están odiando “por fiesta interpuesta” su propia soledad, la lejanía que han propiciado de quienes una vez les amaron, el reconcomio de no querer a nadie lo suficiente o, simplemente, la profunda tristeza que anida en sus corazones por no ser ni siquiera un poco felices. Esas personas puede que odien la Navidad porque constaten más que nunca su propia realidad y al no aceptarla se revuelvan contra la alegría de los demás. Muy humano también.
En fin.
LaAlquimista
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