Hoy es el último día del año y no puedo hacer como si no fuera conmigo, -más que nada porque me toca poner el primer plato de la cena de esta noche y tampoco es cuestión de dejar a mi familia con hambre. Pero sí es cierto que me gustaría no darle tanta importancia al paso de una hoja a otra del calendario, que preferiría, no sé, hacer como cuando acaba septiembre y empieza octubre, es decir: nada. Pero las costumbres mandan y el ambiente general te arrastra como una avalancha (de champán y langostinos en vez de barro y lodo) y, por lo menos un par de veces al año hay que alegrarse con los demás aunque no entienda bien el porqué.
Es que a mí las Nocheviejas me ponen triste, qué le vamos a hacer. Desde que mi padre falleció un dos de Enero y viví las Navidades más tristes de mi vida, no puedo evitar que las uvas de la suerte me resulten insípidas. No soy de alegrías colectivas, soy algo más reconcentrada, digamos que disfruto más en petit comité. Pero un día es un día y hoy me toca escribir sobre los buenos deseos para el año que va a estrenarse dentro de unas horas y pasar la borragoma sobre el annus horribilis que los inventores de la crisis nos han hecho pasar y que, según apunta maneras el nuevo jefe de todo esto, va a rizar el rizo en los próximos meses y nos va a tratar peor que a los siervos de la gleba en la edad media.
Pero no siempre lo colectivo va parejo con lo personal; ocurre con frecuencia que nuestro pequeño mundo gira en una órbita distinta al sistema planetario mundial y que, mientras el mundo enloquece gracias a la política, nuestro espacio íntimo y personal recobra la cordura, el equilibrio y la paz interior gracias al esfuerzo y al amor.
Esfuerzo y amor. Tesón, algo de disciplina y mucho amor. Son mis ingredientes para una receta casera que alimenta, reconforta y da brillo a la piel. Puede que el mundo se esté volviendo loco, que el ser humano –en su conjunto, en rebaño o manada- camine inexorablemente hacia su perdición espiritual enarbolando como estandarte la ausencia de valores, el despotismo y la crueldad. Puede. Pero eso no significa que en nuestra casa interior tenga que ser así. Nos queda –todavía y siempre- la libertad última, profunda y personal de elegir cómo comportarnos nosotros, de decidir cómo reaccionar nosotros, de escoger unirnos al rebaño o apartarnos al lado del camino, observar, reflexionar y dar media vuelta.
Mientras pienso en todas estas pequeñas tonterías, el calendario marca 31 de Diciembre y esta noche me vestiré con mis mejores galas, no para despedir doce meses de vida ni para saludar a doce meses de esperanza, sino para celebrar que sigo viva y tengo a quien amar.
Por todos los que ocupáis un sitio en mi corazón a través del cariño que nos damos en este blog, levantaré mi copa y sentiré que os abrazo.
¡Feliz año nuevo!
LaAlquimista
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