Dentro de las condiciones en las que firmé mi prejubilación, hace cinco años, cinco meses y diecinueve días, en letra tan pequeña que ni siquiera se leía, figuraba la de la supresión de las pagas extraordinarias ad infinitum, es decir, que me fui a casa con doce mensualidades mondas y lirondas. Para ser coherente, no me puedo quejar puesto que yo lo de “la paga del 18 de Julio” y “la paga de Navidad” lo llevaba muy mal; no por el dinero en sí sino por la denominación del emolumento eventual, pero bueno.
El caso es que mis gastos extras tienen que ir solapados con la nómina del mes de Julio y Diciembre y si bien al principio pensé que no podría ir de vacaciones en verano o comprar turrón por Navidad he descubierto (más bien he aprendido) a sortear el consumismo propio de ambas fechas. Parto de la base de que me encanta la buena mesa y saco placer total y absoluto en el intercambio de regalos, así que no es tema baladí ni esfuerzo baldío el que acometo dos veces al año, en fechas pre-establecidas por la sociedad en la que vivo.
Para empezar, aprendo a tomar mis decisiones evitando dejarme influenciar por los mercachifles que quieren venderme vino gasificado como “reserva vintage de la familia” y de quienes quieren hacer explotar mi hígado ingiriendo los hígados ya reventados de diversas aves de corral. Huyo del azúcar en todas sus formas en cualquier época del año, así que no caigo en la tentación de llenar mi mesa de dulces –que luego siguen dando vueltas por la alacena de casa hasta el mes de Marzo.
¿Para qué atiborrarme de comida si me voy a arrepentir de ello al día siguiente y durante los siguientes meses del calendario? ¿Qué necesidad tengo de competir –con quien sea que compitamos- poniendo en mi mesa MÁS COMIDA que los demás? Porque en este país no prima la calidad, sino la CANTIDAD. Que haya mucho, mejor que sobre que no que falte, que no se diga, a ver qué van a pensar… y luego, como roedores insatisfechos, comiendo sobras durante toda la semana.
Todos nos quejamos, pero todos lo hacemos. Empalmamos cenas con comidas con manifiesto malestar, como masoquistas compulsivos necesitados de terapia urgente; o peor aún, como bulímicos disfrazados de gargantúas. Organizamos reuniones ALREDEDOR DE LA COMIDA, en vez de hacerlo ALREDEDOR DE LAS PERSONAS. Porque si lo verdaderamente importante fuera estar con quienes bien nos quieren y con quienes bien queremos, basta y sobra con un aperitivo discreto, primero, segundo y postre. Me consta.
Así que como no tengo paga de Navidad para hacer el tonto –como hice durante mi viaje laboral- la reunión con mis seres queridos es precisamente eso: unas horas amorosas en las que estamos juntos los que seguimos poniendo el corazón encima de la mesa sin necesidad de suplir la falta de cariño con salmón ahumado de Noruega, foie fresco de Las Landas, ostras de Arcachon, angulas de Aguinaga, besugo del Cantábrico y el turrón más caro del mundo. (*)
Ahora, porque quiero y porque soy consciente de cuál es mi auténtica realidad, ahora, porque sólo siento a mi mesa a las personas a las que amo y que me aman a mí, ahora que no participo ya en ningún “sarao” en el que se pueda colar la hipocresía ni los rencores, ahora mi menú es tan sencillo, tan barato y tan lleno de cariño que a todos nos sabe a gloria bendita.
Con alguna variante, sería como sigue: aperitivo de croquetitas de la abuela rellenas de setas y espárragos rebozados en salsa de puerros. Sopa de pescado con mediana del Cantábrico, almejas de Galicia y gambas del Mediterráneo. Como plato fuerte kokotxas de merluza (congeladas en alta mar a la altura de Argentina) y para quien tenga más hambre un lomo de merluza con salsa de huevo y limón. De postre magnífica compota templadita y el que quiera turrón que lo diga de antemano o calle para siempre. Para beber un vino denso de la zona que más nos guste y si hacen falta burbujas serán las que no se anuncian en televisión. Precio por persona de lo antedicho: 15€ (Doy fe de la calidad y realidad de lo expuesto) Digestivo para el estómago y digerible para el bolsillo.
Porque lo que importa es la calidad de lo que se pone en la mesa y la calidad de las personas que se sientan alrededor de ella. Sea cual sea la época del año y diga lo que diga el calendario.
En fin.
(*) Menú de antiguas nochebuenas que no fueron más felices.
LaAlquimista
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