Es ésta una frase que cada vez escucho con mayor frecuencia y que cada vez me chirría más fuerte. Es una frase “comodín” que se guarda en la manga emocional para cuando alguien quiere escaquearse de un plan, evento o situación que no le es cómodo abordar. Entonces se comienza a desgranar el rosario interminable de cuanta labor, tarea, obligación o faena hay que llevar a cabo que impide hacer esa otra cosa que tú has propuesto.
-¿Nos vamos el sábado de excursión por ahí?
-Imposible, tengo que acompañar a mi suegra a la depiladora.
-¿Quieres que demos un paseo al caer la tarde por el borde del mar?
-Uy, qué más quisiera, tengo que hacer la compra y cocinar…
Y a fuerza de excusas, cuando por fin caes en la cuenta de que siempre tienen algo importantísimo que hacer y se lo haces ver, llega la frase lapidaria: “Es que no tengo tiempo para nada…”
Y resulta que es verdad, que no es nada personal para con una misma, que no les sobra ni un minuto libre al cabo del día entre madrugar, preparar las cosas e ir al trabajo. Trabajar y volver a casa. Trabajar y hacer la compra y cocinar. Trabajar e ir a clase de cualquier cosa. Trabajar e ir al gimnasio, a pilates, a yoga o a la academia de baile. Y los niños. Y el marido. Eso sin contar con los que no hacen nada más que trabajar y acaban tan reventados que de lo único que tienen ganas es de meterse en su casa y no salir hasta que comienza la noria esclavizante del día siguiente. Meterse en su casa para “descansar” y recobrar fuerzas físicas o de las otras, que tampoco deben faltar.
Tristemente, el poco tiempo libre que queda entre un campanazo del despertador y el siguiente, suele ser invertido en la captación por vía intravenosa de basura televisiva. Quizás haya un libro cien veces empezado y que morirá sin desvelar su secreto. El cansancio lo invade todo y, ya en la cama, con o sin compañía de otros, el cuerpo pedirá cuartelillo y no se permitirá mayor solaz que el de rendirse ante el enemigo que le hostiga desde dentro.
Lo veo alrededor y me lo cuentan; observo y tomo nota de que las personas que así viven no son precisamente personas jóvenes sino personas en “la edad madura”. Porque los jóvenes, aunque tengan un “orden del día” exhaustivo, siempre sacan fuerzas anímicas para hacer unas risas con los amigos, compartir durante un rato y relacionarse entre ellos aunque eso les suponga menos horas de sueño y más de cansancio, y practican el sano ejercicio de “sarna con gusto no pica, aunque mortifica”.
Pero los adultos...que llevan sobre sus hombros el madero crucificante con el que cargan desde que se hicieron responsables, esos ya no tenemos tiempo para nada…porque estamos convencidos de que “hay que” demasiadas cosas y se acaba viviendo como si no hubiera derecho a tener tiempo libre, tiempo individual, tiempo único e intransferible en el que desprenderse de tanta situación estresante.
Indefectiblemente, llega el momento de la jubilación y entonces aparece de repente todo el tiempo del mundo para no saber qué hacer con él por falta de costumbre y entrenamiento.
Cada vez que vuelvo a escuchar ese fatídico “no tengo tiempo para nada” me sale desde muy adentro un suspiro de pena por la persona que me dice esas palabras y se las cree. Porque lo más habitual suele ser –en realidad- que de lo que no tiene tiempo es de vivir…
En fin.
Por si alguien desea contactar:
Yo he comprobado que es verdad eso que se dice de "mientras menos hago menos tiempo tengo" (o mientras más tiempo tengo, menos hago) Quizás porque cuando nos encontramos con mucho tiempo libre, el disfrutarlo, el ralentizar el ritmo, nos parece no hacer nada... Vaya usted a saber!!
ResponderEliminarBelén
EliminarPor eso es precisa la reflexión, por eso precisamente, para ponernos a nosotros mismos EN NUESTRO SITIO.
Un fuerte abrazo.
Alqui.
http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50/2014/12/20/todos-somos-pobres/