viernes, 5 de diciembre de 2014

Un viejo amante



 
La otra noche le ví; acodado a la barra de un bar de copas a la hora de nadie en que todavía se podía hablar sin dar gritos y la música la seleccionaba un camarero con cara de aburrido. Cruzamos una mirada fugaz que me dejó prendida de la línea de su escorzo y descolocada por unos segundos. Mi acompañante notó el requiebro y preguntó con los ojos inquietos. Yo callé y dije que me tomaría un gintonic infantil, que la noche era larga y mi estómago sensible.

Sentía su fuego en la espalda como aquellas madrugadas perdidas lo sentí en toda el alma. En un instante irremediable permití que los recuerdos viajaran a la velocidad de los neutrinos, desde el tiempo pasado –seis, siete años- al presente de mis muslos temblorosos que buscaban cobijo en un taburete indiferente. Me quedé sorda y muda, ciega y autista, etérea y traspuesta durante los minutos que duró el calambrazo. Luego, como todo en esta vida –incluso el amor y el deseo- pasó el tiempo detenido y se deslizó fuera de mí y del local por el tubo del aire acondicionado.

Roto el encanto como una copa de cristal contra el cemento, aguanté tres canciones más antes de darme la vuelta e inventar el viaje innecesario hacia los servicios del local. Caminé tres pasos sintiendo la angustia que debió de sentir Grace Kelly cuando su Gary Cooper esperaba el tren del mediodía. Le miré a los ojos como en alguna noche de antaño para recordarle el recuerdo que dejó en mi almohada, -a buenas horas, si fui yo quien le dejó,- y él sonrió cortésmente con aquella su sonrisa de enamorar mujeres desconocidas.

Viendo que mi paso no contemplaba detenerme a su lado, alargó el brazo y rozó el mío en una súplica inventada pero suficiente para llamar mi atención. Me miró a los ojos directamente y soltó, un poco para sí mismo, un poco para el público:

-“Cómo me recuerdas a una mujer a la que amé…”

Ante el espejo del cuarto de baño lloré en un arranque súbito y retroactivo a la vez de rabia incontenida; su frase estrella me la había vuelto a decir varios años después, sin reconocerme en absoluto.

Y ya no tenía la excusa de decir que se me había metido el humo en los ojos…

En fin.

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50/

LaAlquimista

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