miércoles, 3 de diciembre de 2014

No hay palabras de consuelo



Ha fallecido el muy amado compañero de mi amiga Carmen, aquella estudiante de setenta y cuatro años de la que hablé en mi post del 14 de Mayo pasado.(*)

Ayer fue un día triste para mí y fecha fatídica para ella y sus cuatro hijos que están inconsolables por haber perdido al marido y padre de una forma fulminante e imprevista.

Durante las horas que he compartido con ella, ese acompañamiento en el duelo que no es más que estar al lado de una persona para que sienta que se le quiere, que inspira cariño, que no está sola con su dolor, creo que he hecho el tonto porque para que no se desmoronara mientras esperaba que sus hijos aterrizaran, después de un vuelo trasatlántico angustiados en la urgencia de despedirse de su padre, no he parado de relatar anécdotas –ya ni me acuerdo de qué- con tal de que no se instaurara alrededor el terrible silencio del dolor.

¿Qué palabras existen para consolar a quien está siendo golpeado por el sufrimiento de forma desgarrada? He tenido que buscar e improvisar de urgencia para no resbalar en la inconveniencia del “no somos nada” y “te acompaño en el sentimiento” cuando es absolutamente IMPOSIBLE acompañar al doliente en su dolor; no hay empatía posible, tan sólo sujetar los hombros para que no se derrumben sobre el corazón encogido.

Afortunadamente para ella, Carmen es creyente. Y digo afortunadamente porque ése es el bastón en el que se va a apoyar para intentar superar los momentos más negros del duelo y la ausencia; tener fe en que su amado esposo está ahora en algún lugar desde donde la acompañará hasta que llegue el momento en el que vuelvan a reunirse. Y ya no serán más de cincuenta años juntos, sino toda una eternidad.

Le he pedido que me contara su historia, cuándo se conocieron, cómo se casaron, la venida de los hijos, los avatares de su juventud y el camino recorrido juntos… y en menos de una hora me ha resumido las más bonitas anécdotas del tiempo de ilusión compartido, de los años de lucha, del tiempo de la paz, la buena fortuna de una familia amorosa, la llegada de los nietos…

-“¿Sabes, Cecilia? –me decía- no puedo quejarme de nada porque he tenido una vida privilegiada, magnífica, al lado de un hombre buenísimo…¿qué voy a hacer ahora sin él?”

Y esa pregunta clara y difícil a la vez se ha quedado flotando entre nosotras en silencio porque cuando estaba a punto de contestarle: “seguir viviendo”, he preferido callarme porque he sentido que, quizás, podía hacerle daño… ¿Cómo seguir viviendo, mañana igual que ayer, si el compañero amado de toda una vida ya no está a su lado?

Carmen ha querido explicarme algo muy importante que transcribo aquí:

-“Lo peor cuando se muere el marido es haberlo amado muchísimo, porque voy a sufrir el resto de mi vida recordándolo. No voy a tener el consuelo de otras mujeres que al enviudar suspiran aliviadas…”

Afortunadamente, he sido rápida y le he contestado que, precisamente por eso, cada día del resto de su vida tiene que dar gracias a Dios por los dones recibidos y enviar bendiciones desde su corazón hacia el recuerdo de luz de su esposo que ha emprendido un viaje para el que ella –todavía- no está invitada…

Yo no sé consolar, soy un desastre, con mi maldito racionalismo que se me cuela por entre las lágrimas cuando veo llorar a alguien a mi lado. No puedo meterme en el dolor ajeno -¿quién puede?- y empatizar con un ser humano que sufre un dolor lacerante por haber perdido a su compañero del alma o a su padre adorado.

Tan sólo puedo contar anécdotas tontas para suscitar una sonrisa que enmascare durante unos instantes la angustia profunda de la soledad que se avecina.

Y abrazar muy fuerte.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:


(*) Para mi amiga Carmen que no está sola, que tiene familia que la ama y amigos que la quieren.


 

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