martes, 29 de julio de 2014

Al final, únicamente una lágrima



“Amor bajo el espino blanco” de Zhang Yimou y “Blancanieves” de Pablo Berger son dos estupendas películas que he visionado estos últimos días. Ambas cuentan una historia de amor, ambas con final infeliz. Sin embargo no me parecieron grises ni me dejaron embargada de esa emoción tan poco acogedora como es la tristeza.

La primera película nos muestra el amor en su estado más puro, un amor casto, que no necesita de la carne para nacer y crecer, un amor que va más allá de la lógica, las conveniencias e incluso de la razón. Es amor a secas, ése que hemos relegado al ámbito novelesco o cinematográfico, convencidos todos de que en la vida real no podría existir ni subsistir. Es amor hecho poesía o poesía hecha amor, ausente de palabras, rica en miradas y silencios. ¿Cómo es posible transmitir ese sentimiento tan hermoso al espectador, hacerle partícipe del cosquilleo en los lacrimales tan sólo mirando en los ojos de los actores? Ellos, los actores protagonistas, tenían que estar enamorados, por fuerza, imposible fingir la profundidad de las emociones, no puedo pensar que eran ficticias las miradas, impostadas por exigencias del guión…

“Amor bajo el espino blanco” es un regalo para los sentidos, un bálsamo para el corazón, una caricia dulce para dormir con una sonrisa, aunque sea en una cama grande como un páramo y fría de madrugadas solitarias. Cada una de las escenas en las que los amantes –amantes porque se aman, no porque tengan contacto sexual- aparecen juntos en la pantalla queda ésta iluminada con un efecto especial que no proviene de la técnica cinematográfica sino de los ojos de la espectadora emocionada que he sido.

En la última escena brota una lágrima. Sólo una. Y es el poema de amor más hermoso que pueda hacerse visualmente.
 
 
“Blancanieves”me sorprendió desde la primera escena, cuando vi a mi adorada Sevilla –no tenía ni idea de la adaptación del cuento de los Hermanos Grima- y escuché las palmas, el cante y me vino a los ojos la imagen de la flor del naranjo, su olor imaginado en mi sala de estar, el escalofrío de lo hermoso por visionar.

Una historia de amor narrada a través de miradas, silenciosas secuencias en las que las palabras –como en el amor- sobran por innecesarias, profundidad en blanco y negro sin matices ni sombras, el amor presente y compartido, imposible y lejano, doloroso y brillante. Amor que muere y amor que mata, amor imposible y casto, dulce y poético, sentimiento vivo en los ojos del amante que sabe no tiene ninguna posibilidad de lanzar al vuelo el sentir de su corazón.

Y por eso, en la última escena, cuando por fin se atreve a amar, aunque sólo sea con un beso, brota la lágrima. Sólo una.

Yo también he llorado recordando los amores que no pudieron ser y, los más tristes, los que quisieron ser y no fueron por culpa de la pereza…

En fin.

LaAlquimista

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Escrito en Julio 2013

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