martes, 1 de julio de 2014

Vaciarse para volverse a llenar



A veces llega la necesidad de “recargar las pilas”, como si el desgaste de vivir fuera excesivo y la energía se hubiera evaporado en cada afán, con cada trabajo y cada mañana, y al alumbrar la luz del nuevo día nuestra batería vital estuviera renqueante, al mínimo.

Pero para volver a insuflar fuerza a ese motor nuestro hay que vaciar primero todos los circuitos, cansados y dañados después de tanto tiempo, con restos de viejas historias, dolorosos traumas, fatigas pretéritas que no dejan espacio para la vida presente, llenos a rebosar de vida pretérita que sirve para bien poco.

Purgar y vaciar, dejar salir los residuos, aventar viejas penas, que el aire corra libre y sanador por los poros del cuerpo y los meandros de la mente, acompañando en esta “sanación” al espíritu que busca y necesita la paz.

El aturdimiento debe alejarse de la intención, es precisa conciencia absoluta del trabajo por hacer. Y para ello nada mejor que el silencio envolvente de la naturaleza que aporta la banda sonora original de tanta quietud, incluso en medio de la vida de seres vivos, animales, plantas, ríos, plantas, nubes, tierra.

Caminar hasta cansar el cuerpo para que el espíritu se relaje junto con el corazón cuando las pulsaciones encuentran su equilibrio, ir dejando en cada recodo del camino una tribulación, dejar que se sumerja en el agua fría de un lago la última pena acaecida, soltar al aire limpio de la mañana el suspiro hondo que envuelve la tristeza. Sin pensar en ello, pero sintiéndolo en lo más profundo.

Vaciarse para volverse a llenar, como un jarrón lleno de flores que precisa renovar el agua, como un niño que ha tenido una pesadilla y a quien su madre conforta llenándolo de besos, como la luz purificadora después de tiempo en un túnel sombrío. Vaciar los cajones de la memoria y dejarlos abiertos para que se llenen de un nuevo aroma… es posible recomenzar cada vez que sea preciso. Siempre.

Andar hacia ninguna parte por el sendero interior que vuelve a encontrarse con el rastro del corazón dejado por la última vez que pasamos por él, hace ya tanto tiempo…

Todo cuanto necesita el hombre para ser feliz está en la naturaleza, pero nos hemos olvidado de ella dándole la espalda para adorar a un becerro de oro de cristal y cemento que no aporta sino efímera satisfacción.

Cielo azul pintado tras los árboles, agua que refleja el misterio insondable y lejano, luz y tierra verde. Y el humano, un invitado de honor que se ha convertido en intruso en el paraíso.

Tan lejos y tan cerca… la posibilidad de empezar de cero, otra vez. Porque queda vida, quedan sueños, queda tiempo y sobre todo, esperanza.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

Post escrito en Junio 2012




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