jueves, 17 de julio de 2014

Aprender a (des)aprender



Mi abuela me lo repetía una y otra vez: “a esta vida hemos venido a aprender” y lo mismo daba que se refiriese a las lecciones de geografía del colegio como a los buenos modales en la mesa. Aprender a comportarme bien, aprender la educación que me enseñaban mis mayores, aprender los preceptos religiosos, escolares, sociales, familiares. Aprender era un ejercicio inmenso de interés, atención, dedicación y disciplina.

Así aprendí la retahíla de un sinfín de cosas que “no había que hacer” y otra lista igual de larga de cosas que “había que hacer”. Dos listas paralelas llenando el folio inacabable de las normas para “domesticar” a una niña de espíritu poco domable y carácter bastante imposible.

Huelga decir que aprendí la mitad de la mitad y seguramente con “malas notas”, es decir, poco interés. Sin embargo, lo que sí me interesó, a eso le dediqué esfuerzo, atención, voluntad y muchas horas. Me gustaba cuando me decían que la cultura era importante porque si no, hasta la universidad se llenaba de asnos (esto lo debió de decir alguien famoso cuyo nombre no recuerdo). Me gustaba dedicar mi esfuerzo a lo que consideraba imprescindible para andar por la vida a la edad de diez años; jugar al ajedrez, revelar fotografías, escribir a máquina, escuchar música clásica y leer a Allan Poe. (Rarita sí, pero no tanto)

También aprendí “valores”. Los de la época. Que la mujer era generosa y abnegada en todas sus posibilidades: hija, esposa y madre. Que habíamos venido a este mundo a sufrir –lo del valle de lágrimas-; que en la vida no se puede conseguir siempre lo que uno quiere y hay que saber resignarse. Que hay que obedecer al que manda: el alcalde, el cura, el pater familias, el marido, el jefe. Bien.

Pues no. Porque resulta que ha pasado la vida –la mía- y ahora se está demostrando que no hacía falta aprender todas aquellas cosas que parecían tan importantes porque se ha comprobado que es mucho mejor educar a las personas en libertad, coherencia, honestidad, tolerancia, sinceridad y solidaridad. Con todas las variantes habidas y por haber de la lista de valores humanos.

Se educa en inteligencia emocional donde antes tan sólo se hablaba de “coeficiente intelectual”; por fin nos hemos dado cuenta de que tenemos que desarrollar nuestros sentimientos, valorar las emociones, gestionarlos ambos para recorrer con éxito el camino que lleva a la posible –ya no quimérica- felicidad. El hombre autorrealizado es probable y posible. Todo un logro, un avance, un cambio radical.

Así que llego a los cincuenta con una serie de“conocimientos” en mi haber que –descubro anonadada- no me sirven apenas para nada. Ni me sirven a mí ni son ya válidos a la sociedad en la que sigo viviendo. Es decir, que están obsoletos, como el télex, la taquigrafía y las máquinas polaroid.

Y no es que tenga que aprender “lo nuevo”, estar al tanto de tecnologías, desarrollo y diversos avances, sino que ADEMÁS tengo que revisar qué aprendí mal y darle al botón del “Borrar” en mi ordenador cerebral central. Un trabajo de Hércules, qué duda cabe.

Hay dos opciones: llevarlo a cabo o quedarse inmovilizado en lo que uno aprendió. Mi opción es (des)aprender lo que haga falta y hacerlo lo más rápidamente posible para no seguir contaminada con conceptos, valores y normas que ya no me sirven para nada. En esta ardua tarea gozamos de la ayuda de la gente joven que ofrece perspectivas saludables mental y psicológicamente para desprenderse de tantas y tantas normas de conducta aprendidas en el siglo pasado y que ahora no son más que rémoras para seguir navegando hacia Itaca.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:


http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

Escrito en Julio 2013

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