jueves, 3 de julio de 2014

Ponga un viudo en su vida


Muchos son los personajes europeos que se han afincado en esta zona mediterránea y dorada, en la que disfruto de mi vida por unas cuantas semanas, después de obtener la jubilación (y su sabrosa pensión) en el país de origen y el caso de Horst es uno más de tantos.

Con 58 años y una invalidez por partirse la columna en un accidente de trabajo, recuperado totalmente, sin limitaciones de movilidad, vive en un pueblecito de por aquí tomando el sol y pintando cuadros. Viudo y con hijos mayores que le visitan en verano –aunque se alquilan un apartamento, -en su cultura no es habitual compartir el pan y la sal- su existencia diaria transcurre tranquila y sin sobresaltos –o por lo menos eso es lo que él desea.

Nos presentó una amiga común a la hora del vermouth y ella, ladina siempre, me hacía guiños como diciendo…”mira, uno de tu quinta que también vive como dios” y le empecé a escrutar con ojos de agente inmobiliario levantando un embargo. Muy alto y fuertote –modelo armario- con gafas a la última moda y los dientes en su sitio, habla un español macarrónico a pesar de los catorce años que lleva en Cataluña, de cuyo idioma no ha aprendido más que a decir “cagüen deu” y lo mínimo para ir a comprar al mercado. Enseguida empezó a ponerme ojitos y yo, que me dejo querer los lunes no festivos, le tiré de la lengua y dejé que me mostrara su catálogo completo para ver si podía sorprenderme con algo.

Y vaya que si lo hizo… Lo primero que dejó bien claro fue que no bebe alcohol. Lo segundo, que se levanta con las gallinas –vive cerca de una masía- y sale a corretear por los campos en un estallido de salud matutina y sudorosa. Que es vegano acérrimo y un cocinillas reputado entre sus amistades. Por supuesto no fuma nada que produzca humo. Y se acuesta a las diez de la noche para dormir las ocho horas del pachá del cuento. Es ingeniero aeronáutico (o lo fue) y no le gusta ni la ópera ni el teatro y cree que una “bachata” es algo que se bebe con cocacola.

Ante mi silencio estupefacto, debió entender que me había obnubilado –de hecho, así fue, pero en el mal sentido. Se interesó entonces por mi trayectoria vital, me pidió le mostrara fotos de mis hijas –de esas que se supone que toda madre que se precie lleva en la cartera- y hacía hincapié (con demasiado descaro) en lo bonito que es mi pelo y vivir en pareja (por ese orden) y que desde que falleció su mujer –hace ya quince años- no ha dejado de “chercher la femme”. Estaba más que claro que vendía el artículo como podía, en su español patoso y pastoso y contaba mi amiga que había tenido una novia balcánica que le salió al buen hombre demasiado volcánica para su cuerpo serrano y que la tuvo que dejar porque no le aguantaba la marcha a la chica.

Me preguntó abiertamente si podríamos ser amigos ya que “éramos iguales”… ¿Iguales en qué?, -le espeté yo… “Iguales en edad, en situación familiar, en necesidad de compañía y tranquilidad…”

Para qué contarle que a mí me dan las uvas día sí y día también haciendo de la noche la compañera más preciada para mis pequeñas locuras; para qué gastar tiempo y saliva en explicar que ya no me visto de prejuicios, que me moriría si me quitaran del horizonte vital el marisco y el jamón, el vino y el gintonic, las cervezas de cualquier mediodía y el vermouth de cuando me da la gana, que la última vez que me acosté a las diez de la noche fue porque había hecho gaupasa la víspera, que el merengue me gusta bien apretadito y con poca luz y que voy a morir de lo que sea menos de un ataque de salud.

No sé si me comprendió muy bien, pero le ví un poco triste al despedirnos sin haberle dado mi número de móvil…

En fin.

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50
Laalquimista

Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com

Escrito en Julio 2011

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