domingo, 6 de julio de 2014

Un día entretenido


El lunes mi perro cojeaba malamente y la veterinaria le sacó una garrapata bien incrustada –y chupando y comiendo- de la pata izquierda. Antibióticos y anti-inflamatorios y mimos y en brazos todo el día. Así que lo dejo atado a la puerta del colmado de la esquina para comprar lo básico–frigorífico parecido a desierto del Kalahari- y cuando salgo (con dos bolsas en cada mano) veo que el pobrecillo se ha soltado y está en mitad de la calle, buscándome y lloriqueando. Y en su tribulación “se ha hecho de todo” allí mismo. (Imagen ausente de glamour, paso de describirla).

Ese es el momento crucial en el que suena el móvil y, obviamente, paso de atender la llamada. Llego al portal y, como puedo, hasta el ascensor y, cuando ya las puertas se cierran, entra con prisas un señor desconocido –para mí, al menos- con un perro collie de la correa. ¡Hombre, ya son ganas! Obviamente, a mi chucho le dan los dos minutos histéricos y empieza a querer subirse a mis brazos, y el otro perro, contagiado de los nervios, se revuelve en la cabina entre mis piernas, las de su dueño y las bolsas con la comida. El buen hombre no sabía dónde meterse –tampoco había mucho donde elegir- y me soltó una charla de cómo los perros se respetan o se temen entre sí según las razas y el tamaño de los dientes. (Me dio por pensar en Obama y Merkel)

En ese momento, vuelve a sonar mi móvil y, como sigo en el ascensor, sin nada mejor que hacer, lo contesto. ¡Pues resulta que es Julio Diego, llamándome desde la República Dominicana –o así- que no sé si pretende que cambie de operador de telefonía o tenga un orgasmo allí mismo, tan melosa es su voz, aunque no se le entienda ni cascorro lo que dice. Le digo que si quiere quedamos a tomar algo y que si no quiere, que no me vuelva a llamar, que me colapsa la línea y me quita posibilidades.

Ya en casa, compruebo que mi mala costumbre de dejar la lavadora puesta mientras me voy a la calle, por fin me va a hacer pagar las consecuencias; el agua se ha salido por la trampilla del filtro e inunda media cocina. La otra mitad, está seca, menos mal. Elur, atontado el pobrecillo, se mete en mitad del charco y lo patea a conciencia y cuando intento agarrarlo se escapa hacia el salón y se seca las patas en la alfombra (nueva).

Calma. Calma. No perder la calma. (Lo he leído en alguna parte). Voy al tendedero a por la fregona y el cubo, lo agarro con ímpetu y se me atraviesa el palo en la puerta justo cuando doy el paso adelante y me tropiezo y ahí estoy yo, en el puro suelo, a mis años, con el mocho enarbolado como un estandarte, una pierna para Tudela y el perro saltando encima de mí creyendo que es el cuarto de hora del jugueteo. Afortunadamente, la cadera sigue en su sitio –bueno, las dos caderas- y tan sólo me duele el brazo derecho que ha soportado el peso de la caída.

Me levanto como puedo, recomponiendo mis sayas –casualidad el día que no me pongo pantalones- cuando suena el teléfono fijo. A la carrera me voy hasta el salón…y…!adivina quien llama! Pues sí, el Diego Julio de antes que ahora intenta venderme la moto del ADSL a precio de bolsa de pipas y velocidad de Ferrari Testarrosa. Reconozco que le hablo de mal humor, es que tiene que comprender el muchacho, que lo que él hace conmigo es “acoso y derribo”, así que le digo que no insista más, que mi marido trabaja en Movistar y no puedo cambiar de operadora porque el teléfono me sale casi gratis.

(Parece que le convence mi razonamiento, porque cuelga sin despedirse).

Una vez el estropicio doméstico controlado, estoy sin lavadora, con toda la ropa chorreando dentro del tambor lleno de agua, así que coloco un balde grande en el suelo, junto a la puerta y la abro cuidadosamente para que caiga el agua…en forma de catarata que desborda –obviamente- la circunferencia del recipiente y…vuelta a empezar.

Este es el momento en que elige para llamar a la puerta el operario que hace la lectura de los contadores del agua. Mi perro ladra de contento, pensando que es una visita y caracolea y da saltos encima del agua derramada… De perdidos, al río, voy, abro la puerta y le digo al buen hombre:“Usted mismo, pise por donde quiera, está usted en su charco”; el tipo, rápido de luces, decide volver otro día.

Viendo el cariz que tomaban las cosas, puse en el equipo de música los coros de Carmina Burana a 20 watios de salida por canal, cerré las puertas y saqué de mi interior el manojo de demonios que me habitaba. Mano de santo.

El antibiótico le hizo efecto a Elur y se pasó el resto del día dormitando a mis pies; yo también.

En fin.

LaAlquimista

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Escrito en Julio 2012



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